
De superpolicía a preso en aislamiento
Genaro García Luna no volverá a caminar por la calle, ni a asomar la cabeza a un balcón. Desde esta semana, su mundo se reduce a cuatro muros de concreto reforzado, una cama empotrada, un escritorio fijo y una ventana tan angosta que apenas deja pasar un hilo de cielo. Su nombre ahora se anota junto al de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera en el registro de internos de la ADX Florence, la cárcel federal más temida y solitaria de Estados Unidos.
Su ficha de ingreso lo ubica como el interno número 59745-177. El sistema penitenciario lo confirma: el hombre que alguna vez encabezó la Secretaría de Seguridad Pública de México, el mismo que aparecía en operativos espectaculares rodeado de cámaras, ahora comparte encierro con aquellos a quienes juró combatir.
La caída de la “mano derecha” de Calderón
Hace apenas una década, García Luna era la voz que prometía una guerra frontal contra los cárteles. Hoy, su destino final se sella entre pasillos blindados y puertas de acero controladas a distancia. En octubre de 2024, un juez federal en Nueva York lo sentenció a 38 años y cuatro meses de prisión por conspiración para el tráfico de drogas, delincuencia organizada y falsedad de declaraciones.
El veredicto cimbró a México: nunca antes un alto funcionario de seguridad había sido declarado culpable de proteger al mismo cártel que supuestamente perseguía. Las pruebas se amontonaron en salas de audiencia: testimonios de exintegrantes del Cártel de Sinaloa, registros financieros, rutas de dinero y propiedades ligadas a una red de corrupción tejida durante años.
Felipe Calderón, su jefe de gabinete, dijo que nunca tuvo pruebas de sus nexos criminales. Aun así, García Luna pagará su sentencia lejos de México y del poder que lo blindó durante años.
Un encierro sin retorno
ADX Florence no es cualquier cárcel. Es la única prisión en Estados Unidos con la etiqueta de “supermax”. Detrás de sus muros se alojan internos considerados demasiado peligrosos para una prisión convencional. La describen como la “Alcatraz de las Rocosas”: un complejo aislado en el desierto de Colorado, lejos de ciudades, lejos de distracciones, lejos de la fuga.
Allí también habita desde 2019 Joaquín Guzmán Loera, el capo sinaloense sentenciado a cadena perpetua por tráfico de drogas y crimen organizado. Desde entonces, su rutina se resume en 23 horas diarias dentro de una celda de tres por dos metros, bajo luces que no se apagan y cámaras que no parpadean. Solo sale una hora a un patio individual, sin ver a otros presos, sin cruzar miradas.
Ahora García Luna forma parte de ese corredor de celdas idénticas. Caminará esposado cuando deba hacerlo. Comerá solo. Dormirá solo. Y pensará solo.
De la “Superpolicía” a vecino de capos
Compartir la misma dirección carcelaria que “El Chapo” simboliza, para muchos, la ironía que perseguía su caso. Durante años, el Cártel de Sinaloa prosperó mientras su oficina en la SSP aseguraba golpes mediáticos contra el crimen organizado. Hoy, el exjefe policiaco convive, en el aislamiento, con la estructura que juró desarticular.
ADX Florence es tan estricta que ni siquiera permite a los internos saber en qué parte exacta del complejo se encuentran. Ventanas fijas que solo dejan ver cielo; corredores subterráneos para mover a reos sin exponerlos; rejas controladas a distancia y muros con sensores de movimiento. Robert Hood, exdirector del penal, lo dijo sin rodeos: “La vida en Supermax es peor que la pena de muerte”.
Desde su apertura en 1994, ningún preso ha logrado escapar. Ni Guzmán Loera, experto en túneles, ha podido planear salida alguna.
Sospechas de lavado y dinero que nunca aparece
Pero la historia judicial de García Luna no termina aquí. Apenas días antes de su traslado, la Red de Control de Delitos Financieros del Tesoro de Estados Unidos (FinCEN) reveló un informe que lo señala como parte de una red de lavado de más de 40 millones de dólares. Las pistas conducen a operaciones bancarias a través de Vector Casa de Bolsa, CI Banco e Intercam, entre 2013 y 2019.
Según FinCEN, parte de esos fondos provenía de sobornos del mismo cártel que ayudó a blindar durante su gestión. Las transferencias habrían servido para comprar propiedades y mover dinero a Estados Unidos mediante empresas fachada.
Vector y las otras instituciones financieras rechazaron las acusaciones. México, a través de la Secretaría de Hacienda, dice mantener contacto con autoridades estadounidenses, pero niega tener pruebas concluyentes. La Unidad de Inteligencia Financiera, bajo la presidencia de Claudia Sheinbaum, asegura que sigue revisando cuentas y movimientos, aunque sin resultados definitivos.
Mientras tanto, la multa de dos millones de dólares que le impuso el juez Brian Cogan sigue sin pagarse. García Luna alega insolvencia. Los registros de propiedades apuntan a lo contrario.
Una celda idéntica, una rutina idéntica
Dentro de ADX Florence, Genaro García Luna comparte el mismo patrón que otros criminales de alto perfil: aislamiento casi absoluto, vigilancia constante, regadera automatizada, cama y escritorio fijos, y correspondencia supervisada.
Su celda, como la de Guzmán Loera, tiene un ventanuco mínimo. No hay visitas sociales frecuentes ni actividades colectivas. Los presos son trasladados esposados, vigilados por al menos tres custodios y sometidos a conteos seis veces al día.
Según cartas enviadas por la defensa de Guzmán Loera, la vida dentro de Supermax cobra factura rápido: insomnio, ansiedad, hipertensión, pérdida de memoria. Algunos internos han pasado décadas sin ver la luz del día de forma directa.
Una condena que no termina
García Luna tiene marcado en su expediente un posible final de sentencia para junio de 2052. Para entonces, de seguir vivo, tendrá más de 80 años. Para muchos, su condena es ya un símbolo: muestra que la red de corrupción que alguna vez se sentó a decidir estrategias de seguridad contra el narco, terminó por desnudarse ante la justicia internacional.