Antes de cocinar, el doctor Mauricio González anota a mano las recetas. Es un ritual para entender los sabores con el papel, la tinta y el puño. Una forma de saborear la preparación y el camino previo que lleva a la sartén y al fuego. Los grandes chefs hablan del placer de la mise-en-place de los ingredientes. El picado de la verdura, la separación de las claras y las yemas, el cernido de la harina. Un tiempo de meditación antes de la tormenta. Nada apura la preparación de los ingredientes. Cocinar, en cambio, es una batalla con el tiempo.
El Dr. Mau, como es conocido en redes sociales, no se apresura. Copiar la receta es entender también lo que come, el balance de los ingredientes, los nutrientes que aportan, la mezcla gustosa de una dieta basada en plantas. Cuando cocina, escucha podcast, se relaja, toma control de su tiempo.
Disfruta comer, siempre lo ha hecho. Disfruta ejercitándose. Disfruta cuidar de su cuerpo. Nada de esto es una manda o un martirio, sino una pasión genuina que, poco a poco, se fue convirtiendo en profesión. Rodeado de doctores en su familia, nunca pensó estudiar medicina. Hasta los 18 años, el Dr. Mau quería ser nutriólogo. Esos fueron sus primeros estudios. Su pasión era la fascinante mecánica de nuestros cuerpos, máquinas afinadas que transforman alimentos en energía.
En algún momento de esa época, se dio cuenta de que la nutrición solo lo podía llevar hasta cierto punto. Él quería seguir entendiendo la prevención, la implementación de una vida saludable basada en evidencias científicas. Quería entender las razones mentales, sociales y económicas que nos llevan a comer como comemos. Convirtió el tratamiento médico en su propio estilo de vida. Lo que empezó como gusto se convirtió en una vocación que lo llevó de Campeche, pasando por Miami, a ser un prestigiado doctor con tres especialidades en Nueva York, embajador de la UNICEF y parte de una mesa redonda de divulgadores de salud en la Casa Blanca.
En medio de logros internacionales, del caos de una ruidosa sala de emergencias de Nueva York, la carrera de Mauricio González culminó en una fama inesperada. Es un icono de las redes sociales. Este éxito en nuevas plataformas de comunicación digital tal vez esté relacionado con el hecho de que escribe las recetas a mano, de que sigue creyendo en la auscultación, de que le importa, para el diagnóstico, el tacto clínico. Con un pensamiento analógico, revolucionó la comunicación digital. Él cree en la importancia de lo que comunica. No es lejano, no es frío, no se encierra en su conocimiento. El Dr. Mau está creando un cambio social compartiendo su pasión de vida. Volvió comprensible lo complejo. Su acercamiento al mundo es pedagógico. No nos oculta nada, sino que nos revela lo que él mismo entiende. No recomienda, comparte.
Entiende la tecnología y la utiliza. Pero también sabe que no hay forma de construir los puentes que tiende una mirada. La inteligencia artificial puede ayudar a generar diagnósticos, pero nunca va a reemplazar el tacto. Las redes sociales le dan un alcance global, pero no bastan. Lo que comunica no es el formato, sino su pasión por compartir conocimiento. La receta de su vida está ahí, para quien quiera tomarla.
Nos sentamos con el doctor Mauricio González en nuestras oficinas de la Ciudad de México para celebrar su reciente nombramiento como embajador de UNICEF. Su calidez se siente inmediatamente. Algo en él, un ser naturalmente inquieto, irradia calma. Es una persona agradable. Y lo que tiene que decir, importa.
Esta entrevista ha sido editada para facilitar su lectura.
WIRED: ¿Te sigue gustando ser doctor?
Dr. Mau: La medicina es fascinante. Tengo tres razones importantes para seguir haciendo lo que hago. En primer lugar, me mantiene humilde como ser humano. La medicina te hace saber, constantemente, que no lo sabes todo, que tienes que seguir estudiando, que tienes que consultar a personas que tienen más experiencia que tú. Es una forma de sencillez en este mundo desquiciado, lleno de pretensiones. En segundo lugar, la sala de emergencias es un gimnasio para la flexibilidad cognitiva. En un momento tengo un paciente con pancreatitis y al otro tengo un sangrado del tubo digestivo y después tengo un niño con una neumonía. Luego llega un infarto de miocardio. Para hacer frente a todo esto, tienes que ser de mente flexible y saltar entre patologías completamente distintas. En tercer lugar, al trabajar en una sala de emergencias, colaboras; creas vínculos con residentes, estudiantes de medicina, doctores, enfermeras, administradores, paramédicos… Esta forma de interrelacionarse y mantener una armonía entre personas que hacen distintas tareas es una belleza. Algo muy particular en mi vida es que el silencio y la soledad me causan estrés. Admiro a las personas que pueden sentarse en silencio y aislamiento. Personas como los escritores que pueden sentarse en una computadora, y estar pensando y escribiendo por horas. A mí eso me causa estrés. La sala de emergencias, al ser tan caótica, es como música para mis oídos. En este caos, sé exactamente qué hacer. Eso me genera tranquilidad y por eso también amo lo que hago. Amo, finalmente, trabajar con pacientes que tienen enfermedades crónico-degenerativas como diabetes u obesidad. Estos pacientes necesitan ser escuchados, necesitan ser educados y eso también es una parte fundamental de mi carrera como médico.
W: ¿Crees que las redes hacen más daño que bien?
M: Es un tema controversial. Y es controversial porque no tenemos suficientes datos científicos para establecer un juicio certero. Yo era de esos puristas que pensaba que las redes sociales traían más mal que bien a la sociedad. Sin embargo, cuando empecé a investigar estos fenómenos de desinformación masiva, me di cuenta de que siempre han existido. Había desinformación en la prensa impresa, en la televisión, en la radio. No es algo nuevo. Quizás lo nuevo es la rapidez con la que se produce hoy en día. Sin embargo, los lineamientos para establecer una comunicación efectiva pueden llevarse a cabo en las redes sociales. Tenemos que investigar cómo dirigirnos a las personas, cómo hablar, cómo generar empatía, cómo generar mensajes concisos. Hoy, en 2024, pienso que las redes sociales tienen más poder de bien que de mal.
W: ¿Cómo vives esta relación con un público tan amplio? No puede ser lo mismo que el trato cercano con un paciente…
M: Es retador. Cuando no eran tan grandes mis redes sociales, la mayoría de los comentarios eran precisos, breves y directos. Hoy, la diversidad de comentarios es abrumadora. Entonces tienes que aprender a escuchar. Lo más difícil de tomar feedback de redes sociales es ver qué vale la pena leer, qué tiene la intención de hacerte crecer y qué es lo que solamente busca generar malicia. Es algo difícil de hacer. No hay manual, lo tienes que ir aprendiendo. Puedo decirte que lo que más me ha hecho crecer en redes sociales ha sido escuchar los comentarios malos, los comentarios hirientes, los comentarios incisivos. A veces tienen razón y es mi trabajo aceptarlo, dar un paso atrás y modificar lo que hago. Para mí, eso es importante.
W: ¿Más allá de tu profesión, cuál crees que es la importancia de la divulgación de la ciencia?
M: La divulgación médica y científica es complicadísima en cualquier medio… y es aún más complicada en redes sociales. ¿Por qué? Porque la ciencia y la medicina están plagadas de matices. No hay blanco y negro. Tratar de explicar de una manera general, pero al mismo tiempo motivante e inspiracional, es sumamente complicado si no utilizas afirmaciones. Por eso no creo que las redes sociales suplan de ninguna manera los congresos médicos, los medios impresos o los libros. Jamás podrán hacerlo. Las redes sociales, simple y sencillamente, deben ser parte del ecosistema de divulgación. Deben ser la forma en que llevas algunas cucharadas de este alimento matizado a las masas. Es muy importante que políticos, creadores de políticas de salud, actores gubernamentales, entiendan esto: las redes sociales no son enemigas de los medios de divulgación clásicos, son sus aliadas.
W: ¿Qué podría llamar la atención de los gobiernos para mejorar el acceso a la salud de las personas? ¿Cómo cambiar lo que no podemos cambiar?
M: Yo creo que hay que darnos un baño de realidad. Pensemos en dónde estábamos hace 50 años. Ahora estamos infinitamente mejor. Hace 50 años no teníamos tratamientos para enfermedades autoinmunes y los que teníamos para enfermedades cardiovasculares eran limitados. Tenemos que aplaudir eso. En segundo lugar, hay que considerar la transición demográfica: antes se morían los niños de neumonía y de enfermedades infecciosas; ahora tenemos obesidad y diabetes tipo dos y nos morimos de cáncer. Esta transición demográfica es parte, paradójicamente, de los éxitos de la medicina moderna: nos enfermamos distinto porque vivimos más tiempo. Ahora lo que tenemos que hacer es modificar la mentalidad y entender cuáles son los puntos donde podemos incidir como sociedad de manera temprana. Hay que atacar desde la niñez los problemas de diabetes, obesidad, hígado graso y los cánceres que están relacionados con estas condiciones. Lo que yo haría, aunque no sé si sería financieramente viable, es que cada escuela tuviera un centro de actividad física basado en evidencia científica. Así como los pediatras llevan los milestones de los bebés cuando ya gatean, levantan la cabeza, se ríen, etc. se debería hacer algo así con la forma física de los niños. Se debe mapear que lleguen a ciertas metas de fuerza, de capacidad aeróbica y no dejarlos solos hasta que terminen la preparatoria. Los niños no tienen la capacidad para decir que no a una alimentación azucarada, una alimentación con grasas saturadas, desbalanceada, etc. Dependen de nosotros, los adultos y de las políticas sociales que implementemos. Las escuelas deberían proveer una buena alimentación y quitarle trabajo a los padres. Los padres tienen dos trabajos, tienen deudas, tienen muchísimas cosas que hacer. Pensar que los padres tienen absolutamente toda la responsabilidad de la salud de sus hijos en el 2024 es una fantasía social que no existe. Tus hijos son mis hijos y mis hijos son tus hijos porque vivimos en un mundo globalizado. Finalmente, otra cosa en la que me enfocaría es la salud emocional. Hoy sabemos que la salud emocional ya no es un eslogan, ya no es una idea abstracta. Mi recomendación sería poner centros de terapia cognitivo-conductual en todas las etapas escolares para que estos niños puedan construir hábitos positivos, realistas, constantes, amables, y desde una plataforma científica. Así podrían salir equipados para gestionar emociones, retos, fracasos, y su propia salud.
W: ¿Esto tiene que ver con la idea de “no drama”?
M: La cultura y la ideología del “cero drama” es respetar los matices de la vida y entender que no todo es blanco y negro. Esto es un tema central en mi comunicación porque las redes sociales son excelentes para polarizar. Los extremos sirven al algoritmo: hacen cámaras de eco con tus gustos, con la gente que sigues y con la que comulgas. Hoy sabemos que muchos jóvenes no van a las redes sociales para investigar nuevas fronteras del pensamiento, sino que van a buscar ideas que validen lo que ellos ya tienen en mente. La cultura del “no drama” significa mantener esos matices, entender que todo es un universo. Soy un apasionado del estilo de vida saludable, apasionado del ejercicio y de la dieta saludable. He trabajado más de 20 años en esto. Pero también entiendo que existe la genética y que la farmacología ha mejorado la vida de muchas personas. Una cosa no está peleada con la otra. No sé si lo estoy haciendo bien, pero es algo que voy a seguir intentando. Quiero que las personas entiendan que la medicina moderna y el estilo de vida saludable no están peleados y se pueden compaginar perfectamente.
W: ¿Tienes que sufrir para vivir más? ¿Crees que el bienestar está peleado con el gozo?
M: Muchas personas piensan que para estar saludable tienes que sufrir. La obesidad está estigmatizada en los ojos de la sociedad. Piensan que la persona que tiene obesidad es una persona que ganó un castigo; piensan que la obesidad es una conducta que te tienes que quitar tú mismo, porque tú la causaste. Sufrir es hacerte pagar. Pero no hay nada más lejano de la realidad. La obesidad es una enfermedad. Lo voy a repetir: la obesidad es una enfermedad neuro-hormonal, genética, biológica que, también, obviamente, tiene un componente conductual y ambiental, aunque no depende enteramente del individuo. Si, como sociedad, no entendemos esto, vamos a seguir estigmatizando la obesidad y vamos a seguir pidiéndole a la población que sufra, que se mate dejando de comer, que se mate haciendo ejercicio. Tú no ves un paciente con asma con ese mismo estigma. No ves a un paciente con asma sufriendo porque se autoimpuso su enfermedad. No lo ves negándose a que se le abran los bronquios. Así no funciona. Tengo asma, me tengo que cuidar, tengo que hacer ejercicio, comer bien, y tengo que tomar mis medicinas. Listo. A los pacientes con asma no les pagan menos, no los estigmatizan en el avión… Pero a las personas con obesidad sí. Como médico, en cambio, te das cuenta de que el asma y la obesidad son patologías comparables. Lo que cambia es la visibilidad que les damos.
W. ¿Qué significa para ti que la UNICEF te nombre embajador?
M: El nombramiento como embajador de UNICEF ha generado en mí un compromiso enorme, como médico y como ser humano. Llevo toda una vida trabajando en prevención, y no hay mejor forma de aplicar la prevención que trabajando con la niñez. De hecho, puedo decirte que el concepto de prevención sin el concepto de niñez es totalmente inválido. Este nombramiento es entonces una mezcla de compromiso, honor, responsabilidad, alegría y cautela. Ayer viajé a Tapachula a un albergue a ver las operaciones de UNICEF, y lo que me sorprendió fue atestiguar el tipo de tragedia humana que ahí encuentras. No estás expuesto a eso todos los días. Yo tenía un profesor que decía que las tres peores enfermedades son el cáncer, la diabetes tipo dos y el olvido. La UNICEF se encarga de curar el olvido.
W: ¿Crees que la ciencia va a salvar al mundo?
M: Por supuesto, siempre lo ha hecho. Los avances no son lineales y la ciencia no elimina la posibilidad de malos actores. Pero estoy seguro de que personas sensatas, razonables y bien intencionadas van a trabajar por darnos un mejor futuro. No me queda la menor duda. Prueba de eso es mirar 50 años hacia atrás y darnos cuenta de lo afortunados que somos de estar vivos en 2024. La ciencia va a seguir porque no puede parar. Está en su ADN resolver. La ciencia no tiene ideología, no tiene ganas de estar en lo correcto. De hecho, estar en lo correcto es inútil para la ciencia, no es productivo, va en contra de su naturaleza. Tenemos que seguir cambiando, evolucionando. Tenemos que seguir rompiendo paradigmas.