
Con el sol de la mañana reflejándose en los cristales rotos de la Carretera Internacional México 15, las autoridades comenzaron a colocar cintas amarillas. Bajo el puente del Seminario, donde el concreto resuena con los pasos de peritos y agentes, se levanta el eco de un hallazgo que volvió a sacudir a Culiacán.
Cuatro hombres decapitados y colgados de cabeza en la estructura del puente, una bolsa con cinco cabezas humanas, y una camioneta blanca tipo van con calcomanías de SPF repleta de cuerpos amontonados. La escena, de un horror que parece nunca acabar, marca el inicio de julio en un estado que, entre balaceras y retenes militares, continúa escribiendo su historia con sangre.
Hasta ahora, las autoridades han logrado identificar a seis de los veinte cuerpos encontrados. Entre ellos, dos hermanos: Jhoan Alexis y Jesús Fernando, cuyos cuerpos fueron reconocidos por familiares que, en silencio, se acercaron al Servicio Médico Forense. Los otros cuatro hombres identificados son:
- Miguel Eduardo “N”, de 23 años, originario de Bachoco, Navolato.
- Ramón “N”, de 24 años, también de Navolato.
- Brayan “N”, sin más datos disponibles.
- Doroteo “N”, del cual no se ha proporcionado mayor información.
Los cuerpos fueron hallados con disparos de arma de fuego y signos de tortura, y estaban acompañados de una narcomanta dirigida contra Iván Archivaldo Guzmán Salazar, hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán, firmada por sus rivales, “Los Mayos”. El mensaje fue claro: la violencia en la pugna interna del Cártel de Sinaloa no se detendrá pronto.
La madrugada del hallazgo
El 30 de junio, a las primeras horas, una llamada al 911 alertó sobre cuatro hombres colgados de cabeza, amarrados de pies y manos con cuerdas amarillas, debajo del puente del Seminario. La ropa se mecía con el viento mientras abajo, sobre el pavimento, una bolsa negra con cinco cabezas humanas se mezclaba con charcos de sangre. A un costado, la camioneta blanca, con puertas traseras abiertas, dejaba ver 16 cuerpos, algunos apilados como costales, otros en posiciones que hablaban de la brutalidad con la que fueron asesinados.
De inmediato, elementos de la Guardia Nacional, Sedena, policías estatales y la Fiscalía de Sinaloa cerraron ambos sentidos de la carretera mientras los peritos fotografiaban cada cuerpo, cada herida, cada detalle.
Retiraron la narcomanta, recogieron casquillos, etiquetaron prendas. Y, con una discreción que contrasta con la magnitud de la masacre, comenzaron a trasladar los cuerpos al Semefo. Familias comenzaron a llegar. Rostros demacrados, ojos hinchados. Sabían que si un hijo desaparece en Sinaloa, el siguiente paso suele ser el reconocimiento en la morgue.
Un estado bajo la sombra de la violencia
Este hallazgo se da en medio de una semana particularmente violenta en Culiacán. Horas antes, en el fraccionamiento Jardines de la Sierra, se reportó una balacera que dejó un joven muerto y dos mujeres heridas. Un día antes, la Fiscalía abrió siete carpetas de investigación por homicidios dolosos tras el hallazgo de siete cuerpos en colonias como Revolución, Guadalupe Victoria y Barrancos.
Para los habitantes del norte de Culiacán, los operativos, las sirenas y las calles cerradas son parte del paisaje. “Aquí uno se acostumbra a escuchar balazos en la madrugada y ver patrullas en cada esquina”, dice un comerciante que prefiere no dar su nombre. Mientras habla, ajusta la cortina de metal de su local, que ahora cierra más temprano que antes.
La violencia en Sinaloa, según datos de colectivos de búsqueda, ha dejado más de 1,400 personas desaparecidas y al menos 1,200 víctimas de homicidio doloso en el último año. Los nombres se acumulan en listas, mientras las familias recorren las morgues, hospitales y, en el peor de los casos, fosas clandestinas.
El trasfondo: la guerra interna del Cártel de Sinaloa
Desde la captura y extradición de Ismael “El Mayo” Zambada a Estados Unidos hace un año, la lucha por las rutas de trasiego de drogas, principalmente fentanilo, ha provocado un recrudecimiento de la violencia. Las facciones internas, entre ellas la de “Los Chapitos” y “Los Mayos”, se disputan el control de zonas de producción y rutas de exportación en Sinaloa, Sonora y Baja California.
El asesinato de 20 personas en un solo punto recuerda a la masacre de septiembre de 2024, cuando seis cuerpos fueron abandonados en una camioneta con un mensaje de “Bienvenidos a Culiacán”, el mismo día de la visita del expresidente Andrés Manuel López Obrador. Es una historia que se repite: cuerpos abandonados, mensajes de poder, amenazas entre facciones y un estado que sigue siendo epicentro del narcotráfico en México.
En este conflicto, las balas no distinguen edades ni oficios. De acuerdo con cifras de la Fiscalía, en el último año han sido asesinados 47 menores de edad, 28 mujeres y casi 40 policías en la región, mientras que las comunidades enteras enfrentan desplazamientos forzados ante las amenazas de los grupos criminales.
La investigación y el largo camino a la justicia
La Fiscalía de Sinaloa abrió una carpeta de investigación por homicidio calificado tras el hallazgo de los 20 cuerpos. Se analizan grabaciones de cámaras cercanas al puente y en la carretera, y se estudian las inscripciones de la lona para intentar identificar a los responsables.
Sin embargo, en Sinaloa, el silencio suele cubrir las calles tras cada masacre. Pocas denuncias avanzan, pocas investigaciones llegan a juicio. La justicia, para las familias de las víctimas, se convierte en una espera interminable mientras el miedo se filtra por las calles y el polvo de las carreteras.
Lo que queda
Para Culiacán, esta masacre no es solo un número. Son 20 cuerpos, seis ya identificados, 14 más en espera de nombre y apellido. Son familias que duermen con miedo, hijos que no regresan a casa, madres que recorren la morgue con fotografías en mano.
El puente del Seminario quedó limpio al caer la tarde, pero el olor persistente de sangre y el silencio de los vecinos recuerdan que, en esta ciudad, cada día es un capítulo más de una historia que parece no tener final.