
La mañana en Los Ángeles quedó marcada por una imagen inesperada: una mujer de 79 años, de cabello blanco y rostro endurecido por el tiempo, era conducida entre agentes federales. No era una detenida cualquiera. Era Eva García de Joaquín, madre de Naasón Joaquín García y viuda del antiguo líder de La Luz del Mundo, Samuel Joaquín Flores. Su captura simboliza un quiebre histórico: por primera vez, la llamada “familia apostólica” quedó señalada no solo como encubridora, sino como parte activa de una red criminal que utilizó la fe como fachada para la explotación sexual.
La acusación presentada por el Departamento de Justicia de Estados Unidos sitúa a Eva García en el centro de un mecanismo que durante décadas operó entre templos y congregaciones. Los fiscales aseguran que no se limitó a acompañar al patriarca, sino que participó directamente en la entrega de mujeres y niñas al propio Samuel Joaquín, fallecido en 2014, e incluso cometió agresiones sexuales.
Arrestos simultáneos
El golpe no se limitó a Los Ángeles. Casi a la misma hora, a cientos de kilómetros, en un suburbio de Chicago, agentes federales capturaban a Joram Núñez Joaquín, sobrino de Naasón. Con apenas 37 años, se hacía pasar por abogado de la iglesia, pero en realidad su rol, según la acusación, era presionar a víctimas y familiares para que guardaran silencio. Su presencia, en apariencia de confianza, operaba como mecanismo de intimidación y encubrimiento.
El expediente también incluye a tres prófugos, presuntamente ocultos en México. Se trata de Rosa Sosa, de 59 años, señalada como una de las colaboradoras más cercanas a Samuel Joaquín y acusada de entregar menores al líder histórico. Azalia Rangel García, descrita como reclutadora de jóvenes al servicio de Naasón. Y Silem García Peña, exvocero de la congregación, que habría usado su posición pública para bloquear denuncias y manipular testimonios.
Estados Unidos ya confirmó que pedirá al gobierno mexicano su detención y extradición.
Los delitos enumerados incluyen crimen organizado, tráfico sexual, explotación de menores, producción de pornografía infantil, trabajo forzado, lavado de dinero y destrucción de pruebas. Según los fiscales, los líderes y sus cómplices no solo abusaban de la devoción, sino que transformaron la iglesia en un vehículo criminal.
Donaciones millonarias fluían desde México y Estados Unidos hacia una red que financiaba viajes internacionales, hoteles de lujo y acompañantes que garantizaban que Naasón siempre tuviera víctimas disponibles.
La madre acusada
La figura de Eva García resalta por su carga simbólica. Durante décadas fue vista como matriarca respetada, la “primera dama” de la congregación, sin embargo, hoy es retratada como pieza clave dentro de la red familiar que tejió dicha red de abusos. Los fiscales la acusan de reclutar y agredir, de facilitar la continuidad del poder apostólico y de encubrir los delitos cometidos en nombre de la fe.
Su arresto rompe con la narrativa de que las mujeres en la cúpula eran simples acompañantes. La sitúa, por primera vez, al mismo nivel de responsabilidad penal que su esposo y su hijo.
México en deuda
Mientras en Estados Unidos avanzan arrestos y acusaciones, en México las investigaciones siguen abiertas pero sin resultados visibles. La Fiscalía General de la República mantiene desde hace años una carpeta de investigación, sin que hasta ahora haya órdenes de captura o procesos judiciales en curso.
La contradicción es evidente: en cortes estadounidenses el caso se expone como crimen organizado internacional, mientras en territorio mexicano los templos continúan llenos, la organización mantiene recursos abundantes y su influencia política no se ha debilitado. De hecho, algunos de sus líderes compitieron en la reciente elección judicial; varios de ellos obtuvieron cargos como jueces.
Naasón frente a la cadena perpetua
Naasón Joaquín García cumple actualmente una sentencia de 16 años de prisión en California por abuso sexual de menores. Sin embargo, los nuevos cargos elevan el escenario hacia la cadena perpetua. Para los fieles que aún lo llaman “apóstol”, el golpe sacude la fe depositada en la familia. Para las víctimas, representa la posibilidad de que, por primera vez, toda la estructura de poder —la madre, el sobrino, los voceros y reclutadores— sea obligada a responder en tribunales.
El caso La Luz del Mundo deja de ser solo la historia de un líder condenado. Ahora es el retrato de una familia completa acusada de haber convertido la fe en instrumento de sometimiento y abuso.