
La escena fue casi rutinaria para los vecinos de la colonia Valle de San Javier, en Pachuca, Hidalgo. Un automóvil estacionado frente a un local de hamburguesas, una pareja de mujeres que parecía esperar a alguien y un acompañante que encendía y apagaba su teléfono celular. Nada parecía fuera de lugar; nadie suponía que se trataba de tres pesados integrantes del Cártel de Tláhuac.
Fue entonces cuando, de pronto, varias camionetas les cerraron el paso y un grupo de agentes encubiertos descendió con armas largas.
Entre gritos de “¡Policía de Investigación!” y el desconcierto de los transeúntes, María de los Ángeles Ramírez Arvizu y su hija Samantha fueron sometidas contra el asfalto. Nadie en la calle parecía dimensionar lo que ocurría; más tarde se sabría que se trataba de la captura de la viuda y la hija de Felipe de Jesús Pérez Luna, alias “El Ojos”, el hombre que en vida convirtió a Tláhuac en un bastión del narcotráfico en la capital del país.
El Cártel de Tláhuac nació como una organización de barrio, pero rápidamente cobró fuerza y se transformó en un emporio criminal.
Desde 2012, bajo la mano férrea de “El Ojos”, se tejió una red que utilizaba a los mototaxistas como brazo operativo. No eran simples choferes: eran halcones, distribuidores, cobradores y “soldados” de una estructura que controlaba calles enteras en dicha alcaldía y sus alrededores: Iztapalapa, Milpa Alta y Xochimilco.
Los vecinos recuerdan aquellos años como tiempos de miedo. El sonido de motocicletas al caer la noche significaba que alguien más estaba siendo vigilado o que un nuevo cobro de piso se impondría al día siguiente.
El 20 de julio de 2017, en un operativo de la Secretaría de Marina, “El Ojos” fue abatido en calles de Tláhuac. Las imágenes de su cuerpo, tendido sobre el pavimento, dieron la vuelta al país. Y aunque para muchos ese era el fin del cártel, la historia apenas comenzaba a transformarse.
La organización se replegó, pero no desapareció. Al contrario: su viuda y sus hijas ocuparon el vacío. María de los Ángeles, conocida como “La Patrona”, asumió la jefatura. Samantha se convirtió en operadora financiera y distribuidora de droga, mientras que Liliana, “La Voz”, quien continúa prófuga, quedó encargada de la venta de estupefacientes en tianguis y colonias populares.
A diferencia de otros cárteles con mandos militares o alianzas externas, el de Tláhuac se construyó alrededor de una familia. Esa cercanía les dio lealtad y cohesión, pero también los volvió vulnerables: cada golpe contra uno debilitaba la base completa.
Entre 2018 y 2020, las autoridades arrestaron a figuras clave como “El Felipillo” (hijo de “El Ojos”), Carlos Alejandro, “El Cindy”, y su cuñada Diana Karen, “La Negra”. Incluso una operación financiera, llamada “Operación Zócalo”, congeló más de 4,800 millones de pesos vinculados al grupo.
Aun así, la familia resistía.
Bajo un perfil más bajo, disfrazaban sus movimientos en negocios pequeños, organizaban fiestas patronales, se infiltraban en la vida diaria de las colonias. Pero la persecución no se detuvo.
En abril de 2024, la Fiscalía de la Ciudad de México colocó a María, Samantha y Liliana en la lista de sus objetivos prioritarios y ofreció 500 mil pesos por información que llevara a la captura de cada una. Desde entonces, sus rostros circularon en carteles oficiales, boletines y conferencias de prensa, mientras la presión comenzaba a crecer. Informantes, rivales y antiguos colaboradores vieron una oportunidad de salvarse o vengarse; así, poco a poco, los movimientos de la familia quedaron expuestos.
Fue hasta el domingo 7 de septiembre de 2025, cuando su suerte terminó. Con órdenes de aprehensión por asociación delictuosa y bajo un seguimiento de varios meses, los agentes ejecutaron la detención de dos de las tres cabecillas en calles de Pachuca.
El golpe fue certero. No hubo disparos ni persecuciones espectaculares. Solo la imagen de dos mujeres cabizbajas, esposadas y trasladadas a una camioneta blindada. Minutos después, el eco de su caída se replicaba en la Ciudad de México: la dinastía de “El Ojos” había perdido a sus herederas más visibles.
Esa misma noche, María y Samantha fueron trasladadas, bajo un fuerte dispositivo de seguridad, a la capital del país. Su destino: el Centro Femenil de Reinserción Social de Santa Martha Acatitla. Ahí, en los pasillos grises del penal y sin lujo alguno, la historia de poder y violencia se redujo a expedientes judiciales.
Los jueces de control ya preparaban la formulación de imputaciones: asociación delictuosa, narcomenudeo y extorsión eran solo algunos de los cargos sobre la mesa. Así, la familia que había heredado un cártel ahora enfrenta la posibilidad de pasar años tras las rejas, o quizá nunca volver a recuperar su libertad.
En tanto, la tercera heredera, Liliana, “La Voz”, permanece ilocalizable. Por ella, la Fiscalía mantiene activa la recompensa de 500 mil pesos para quien proporcione información sobre su paradero. Su captura sería el golpe final contra la estirpe de “El Ojos”.
Para muchos habitantes de Tláhuac, la noticia de la captura trae un respiro. Son barrios donde, por años, se normalizó el miedo: calles tomadas por mototaxistas armados, fiestas controladas por halcones y negocios obligados a pagar cuotas, solo por mencionar algunas situaciones.
Hoy, esa red parece desarticulada.
Sin un mando claro, sin los vínculos familiares que le daban cohesión, el Cártel de Tláhuac se desmorona lentamente, mientras algunos de sus remanentes han sido absorbidos por facciones mayores, como La Unión Tepito, y otros han quedado a la deriva.
El destino del Cártel de Tláhuac siempre estuvo ligado a la tragedia: la muerte de su fundador, el arresto de sus hijos, la caída de sus operadores, el cerco financiero y, finalmente, la captura de su viuda e hija. En apenas ocho años, la organización pasó de ser un poder absoluto en la capital a convertirse en símbolo de derrota. Sin embargo, más allá de lo judicial, lo ocurrido en Pachuca representa el cierre de un ciclo: el Cártel de Tláhuac, que alguna vez desafió a las fuerzas de seguridad desde la periferia de la Ciudad de México, hoy agoniza entre rejas y expedientes.