
El río Pantepec huele a metal, a gasolina vieja y a lodo. Sobre su superficie flotan restos de hojas, ramas y una película negra que se adhiere a las orillas como si respirara.
Desde hace más de una semana, Petróleos Mexicanos ha intensificado los trabajos de limpieza para recuperar este afluente que atraviesa el municipio de Álamo Temapache, en el norte de Veracruz, donde una fuga del oleoducto Poza Rica–Madero vertió miles de litros de hidrocarburo tras las lluvias del 9 y 10 de octubre.
A las seis de la mañana, los primeros equipos de Pemex y la Secretaría de Marina se abren paso entre los caminos encharcados. Las botas se hunden hasta la mitad del tobillo. Los brigadistas caminan en fila, cargando mangueras, bombas de succión y cordones flotantes. Cada tramo del río exige paciencia y fuerza. El objetivo: contener el derrame, succionar el crudo y evitar que la mancha avance hacia el Tuxpan. Hasta este martes, la empresa reporta la recolección de más de 180 mil litros de hidrocarburo. No son cifras frías: son miles de bidones llenos de un líquido espeso que se bombea día y noche desde las aguas turbias del Pantepec.
El frente de trabajo
En el operativo participan más de 600 personas. Hay técnicos de Pemex, efectivos de la Marina, cuadrillas del gobierno de Veracruz y especialistas de empresas ambientales.
El calor se mezcla con el olor penetrante del combustible. A lo lejos, los helicópteros sobrevuelan el cauce mientras las lanchas despliegan barreras oleofílicas, de color naranja brillante, que ondulan con la corriente y forman una especie de cinturón flotante para atrapar los residuos.
En tierra, los camiones de presión negativa absorben el crudo acumulado en los márgenes. Dos equipos skimmer —máquinas de succión que separan el hidrocarburo del agua— operan sin pausa. Desde los buques “Zimapán” y “Papaloapan”, la Semar coordina maniobras de confinamiento y monitoreo. Drones y aeronaves siguen el desplazamiento del material, mientras técnicos en mascarillas revisan los niveles de contaminación y anotan datos en hojas empapadas por la humedad.
El origen del desastre
El derrame comenzó con una fractura en el ducto de 30 pulgadas que corre entre Poza Rica y Ciudad Madero. Las lluvias reblandecieron el terreno y el metal cedió. El hidrocarburo se filtró lentamente hasta alcanzar el Pantepec, un río vital para decenas de comunidades agrícolas que viven de su agua, de sus peces, de sus huertos.
El impacto fue inmediato: el cauce se cubrió de iridiscencias, las aves dejaron de posarse en las orillas y los pescadores guardaron sus redes. En las primeras 48 horas, Pemex instaló las primeras barreras de contención y movilizó maquinaria pesada para abrir brechas y facilitar el acceso. Luego llegaron los buques, las pipas, los ingenieros, los marinos, los drones… y con ellos, el rumor del combustible en el aire.
Las comunidades ribereñas
En Citlaltépetl, Cabellal y Cerro Dulce, los vecinos miran desde los bordes del río cómo las brigadas recogen el aceite con cubetas y palas improvisadas. “El agua ya no sirve para nada, ni para los animales”, dice un campesino, mientras muestra un balde cubierto de espuma negra. Pemex ha entregado 30 toneladas de ayuda humanitaria: agua embotellada, víveres, artículos de limpieza y tinacos para almacenar agua potable. También desplegó tres unidades médicas móviles con atención general y brigadas de desinfección.
El apoyo llega a contrarreloj. Las lluvias no ceden, los caminos están rotos, y aun así los equipos continúan trabajando entre la humedad y el cansancio.
Supervisión ambiental
La Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente (ASEA) supervisa la zona. Los técnicos toman muestras de agua y sedimentos, miden niveles de benceno y verifican el cumplimiento de los protocolos de remediación. El Plan Regional de Contingencias por Derrame de Hidrocarburos, activado por la Semar, seguirá en marcha mientras exista riesgo de dispersión. Los pronósticos diarios de marea y lluvia definen cada maniobra.
A pesar del desgaste, la remediación avanza. El ducto dañado fue reparado y Pemex confirmó que el flujo del crudo se encuentra bajo control. El material recolectado será trasladado a instalaciones seguras para su tratamiento.
Un río herido
El Pantepec todavía no huele a río. El aire sigue cargado de combustible, las orillas resbalan y el agua se mueve con lentitud, como si arrastrara su propia memoria. Pero entre las barreras naranjas, se asoma el reflejo del cielo.
Los brigadistas siguen ahí: algunos con la ropa manchada, otros con las manos negras de aceite. Saben que falta mucho para devolverle su color al cauce. El desastre ambiental en Álamo Temapache marcó a las comunidades que viven del río… y obligó a la empresa más grande del país a mirar de frente el costo de cada gota derramada. Hoy, Pemex ha intensificado sus esfuerzos, pero el Pantepec —herido y lento— todavía espera volver a ser agua.