
De Ernesto Barajas a los cinco jóvenes de Grupo Fugitivo… en tan solo seis meses, nueve músicos del regional mexicano han sido asesinados y vinculados al crimen organizado. Ahora la música norteña y de banda se ha convertido en un blanco de ejecuciones que revelan la presión de la delincuencia sobre los escenarios populares.
El homicidio más reciente es el de Ernesto Barajas, cantante y fundador del grupo Enigma Norteño, en la colonia Arenales Tapatíos en Zapopan, junto a su compadre José María Cervantes Quintero. Ambos crímenes fueron perpetrados frente a la esposa de Barajas en una pensión de vehículos donde, según información de la Fiscalía de Jalisco, esperaban la llegada de varios automóviles procedentes de Sinaloa. Sin embargo, aunque el intérprete de narcocorridos recibió amenazas criminales en el pasado, las autoridades descartaron que en la entidad existieran reportes de intimidaciones desde que se mudó hace alrededor de un año.
En el lugar, una mujer que trabajaba en el negocio también resultó herida en una pierna. La autoridad concluyó que se trató de un ataque directo. Fue en 2023 cuando su nombre apareció en una narcomanta atribuida a presuntos integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación en Tijuana, Baja California. Esa mezcla de fama y amenazas lo colocó en una bomba de tiempo mortal que terminó por alcanzarlo el 19 de agosto, convirtiéndolo en una víctima más dentro de la cadena de muertes que han marcado al regional mexicano.
Apenas tres meses antes, la madrugada del 25 de mayo, la tragedia había tocado a Grupo Fugitivo en Reynosa, Tamaulipas. Los músicos viajaban rumbo a un evento privado en la colonia Riberas de Rancho Grande donde, tras haber concluido su presentación, fueron llevados a un predio cercano para ejecutarlos. Cinco días después, sus restos fueron localizados calcinados en una ladrillera.
Las víctimas fueron identificadas como:
- Francisco Xavier Vázquez Osorio, de 20 años
- Nemesio Antonio Durán Rodríguez, de 40 años
- Víctor Manuel Garza Cervantes, de 21 años
- José Francisco Morales Martínez, de 23 años
La Fiscalía de Tamaulipas atribuyó el crimen a “Los Metros”, facción del Cártel del Golfo, y tras una búsqueda se logró la detención de nueve personas.
En Irapuato, Guanajuato, la violencia alcanzó a Isaac Luna, vocalista de la Banda La Constructiva. Era la madrugada del 1 de junio cuando el músico había regresado de tocar en una fiesta y convivía con amigos en su casa de la colonia Santa María. Sujetos armados irrumpieron en la vivienda y lo ejecutaron de manera directa.
Ese mismo día, la violencia también llegó a Morelos con una ráfaga de disparos que opacó la música regional en un concierto. En el escenario estaba Julio Eusebio Labra, vocalista de Los Conquistadores de la Sierra, quien interpretaba un corrido en el bar El Guamuchilito. Frente al público que buscaba refugiarse entre sillas, mesas y paredes, el cantante cayó herido de muerte.
Otro caso sucedió también en Guanajuato a inicios de año. El 3 de enero, Fernando Jiménez, conocido como “El Colorín”, líder de la Banda Real, fue atacado en el municipio de Salvatierra. El músico se encontraba dentro de su vehículo en el centro de la ciudad cuando fue alcanzado por un par de motociclistas que lo acribillaron a sangre fría alrededor de las nueve y media de la noche. La escena quedó marcada por vidrios rotos, casquillos y la incredulidad de quienes lo reconocieron de inmediato, pues Jiménez era un afamado compositor y figura de la música local.
Pero la lista de objetivos musicales asesinados se arrastra desde hace décadas, comenzando con el asesinato del ícono del regional mexicano, Chalino Sánchez, ejecutado en 1992 tras recibir una amenaza en pleno concierto.
Catorce años más tarde, la ejecución de Valentín Elizalde, “El Gallo de Oro”, también marcó un parteaguas en la música, pues fue asesinado en Reynosa después de un show.
Para 2007, Sergio Gómez, vocalista de K-Paz de la Sierra, fue secuestrado y localizado con visibles huellas de tortura en un paraje de Michoacán.
Todos ellos, figuras que encontraron la muerte no en escenarios de guerra, sino en escenarios musicales. Y es que los corridos y el regional mexicano se han convertido en un auténtico terreno de disputa. Algunos intérpretes son celebrados por cantar historias de capos, mientras otros más son castigados por hacerlo para el “equipo” equivocado.
También existen casos donde los artistas son obligados a presentarse en fiestas privadas de jefes criminales. Algunos simplemente no pueden negarse a una invitación obligada. El resultado es un terreno minado: la fama que atrae multitudes también los expone a la violencia.