
En un taller de San Antonino Castillo Velasco, el trabajo cotidiano de las bordadoras fue interrumpido por un teléfono. En la pantalla apareció la imagen de una blusa ofrecida en el catálogo digital de Shein. Los colores, las flores y los trazos eran idénticos a los que las mujeres de la comunidad cosen desde niñas.
El silencio inicial se transformó en rabia. Reconocieron de inmediato lo que miraban: un diseño propio convertido en estampado industrial. Lo que en los pueblos del Istmo requiere semanas de puntadas colectivas, aparecía reducido a una prenda barata en una plataforma global.
La noticia corrió hasta los mercados regionales, donde los textiles son parte de bodas, velas y fiestas patronales. La conclusión fue unánime: Shein había tomado sin permiso lo que pertenece a las comunidades.
Una acusación con raíces profundas
En los corredores del mercado y en los patios de las casas comenzaron a repetirse palabras como “despojo” y “robo”. Las bordadoras insistieron en que no se trataba de coincidencias: lo vivido era una forma de explotación cultural.
El peso de la memoria en cada prenda
Los textiles de San Antonino y del Istmo de Tehuantepec no nacen en fábricas. Surgen en cocinas de adobe iluminadas con velas, en patios donde abuelas enseñan a nietas a tensar el hilo y a combinar colores.
Cada blusa lleva semanas de trabajo minucioso y sostiene la economía familiar: con su venta se paga maíz, útiles escolares o la reparación de un techo antes de la temporada de lluvias. Cuando una empresa internacional copia esos diseños, las artesanas sienten que les arrebatan un doble derecho: el sustento económico y la identidad cultural.
Las voces de la comunidad
En asambleas, una mujer levantó una blusa bordada y habló con firmeza:
“Esto no es para lucirse en una foto. Es nuestra manera de hablar sin palabras”.
Los bordados, recordaron, son un lenguaje propio. Se leen en fiestas patronales, en rituales religiosos y en la vida familiar. Cada flor tiene significado. Por eso, cuando aparecieron en el catálogo de Shein, no lo vieron como homenaje, sino como usurpación.
La reacción de las autoridades
La denuncia llegó a la Secretaría de las Culturas y Artes de Oaxaca (Seculta). La dependencia organizó una reunión virtual con Shein México, en la que participaron la diputada federal Irma Pineda, el secretario Flavio Sosa Villavicencio y el director Michel Pineda.
Por parte de la empresa estuvieron Patricio Lassauzet García, Rosangela Hernández Mendoza y Juan de Dios Vázquez. El acuerdo fue instalar en Oaxaca una mesa de diálogo presencial para definir una ruta de reparación.
El compromiso de la empresa
Shein reconoció la necesidad de atender los señalamientos y se comprometió a participar en el encuentro presencial. Aseguró que actuará conforme a las leyes mexicanas y que adoptará un mecanismo de no repetición.
Para la corporación global, fue un paso obligado: admitir que los reclamos tenían fundamento.
Las exigencias de las artesanas
En Oaxaca, las bordadoras fueron claras: diálogo no es suficiente. Plantearon tres demandas:
-Una disculpa pública.
- El retiro inmediato de las prendas plagiadas.
- Un plan de reparación que reconozca el daño económico y simbólico.
“Los textiles del Istmo no son adornos, son herencia viva”, recalcó Michel Pineda. Otra mujer lo resumió sin rodeos: “No es justo que copien lo que hacemos y lo vendan barato sin saber su significado”.
La ruta hacia la reparación
La mesa de diálogo en Oaxaca no será un trámite. Para las artesanas, es una oportunidad de atender una herida económica y simbólica. Lo que ahí se acuerde deberá convertirse en compromisos escritos que obliguen a la empresa a garantizar la no repetición.
La Seculta advirtió que este caso debe sentar precedente: la moda global no puede seguir tratando los textiles indígenas como estampados disponibles para copiar.
Voces desde las comunidades y el Congreso
En San Antonino, una mujer explicó frente a sus compañeras:
“Una prenda no se hace en un día. Son semanas de puntadas. Cuando alguien la compra, no se lleva solo ropa: se lleva nuestra historia”.
La diputada Irma Pineda fue tajante: “Una disculpa es lo mínimo que merecen nuestras artesanas. No puede volver a ocurrir”.