
A las tres de la tarde de este martes 7 de mayo, el Vaticano quedó completamente en silencio.
No se trata de una ceremonia ni de una pausa litúrgica: es una desconexión total. Ese día, toda señal de internet, radio y telefonía celular fue suspendida dentro del Estado más pequeño y vigilado del mundo.
La orden proviene de la Gobernación del Estado Vaticano, con el propósito de impedir cualquier filtración de información durante el tiempo que los cardenales permanezcan encerrados en la Capilla Sixtina para decidir quién será el próximo Papa.
El cónclave ha comenzado, y con él, se ha desplegado un protocolo de seguridad sin precedentes.
Los 133 cardenales electores que participarán en la votación entregaron sus celulares, relojes inteligentes y otros dispositivos móviles con los que podrían mantenerse en contacto con el exterior. Durante los próximos días —o incluso semanas, en caso de no llegar a un consenso— no podrán comunicarse con el mundo.
No habrá televisión. No habrá prensa. No habrá cartas, y mucho menos visitas. Solo oraciones, votos secretos… y silencio. Pueden hablar entre sí, pero no más de lo necesario.
Dentro del Vaticano, la quietud es absoluta y la vigilancia, total. Un anillo de seguridad invisible pero impenetrable rodea la Ciudad del Vaticano. Bloqueadores de señal, inhibidores de frecuencia y sensores láser han sido instalados en puntos estratégicos que protegen especialmente la Capilla Sixtina. Y en esta ocasión, el cielo también está blindado.
Desde hace al menos tres días, técnicos vaticanos y personal militar especializado activaron un sistema anti-drones de alta precisión que cubre tanto el espacio aéreo inmediato como las rutas comerciales cercanas.
El dispositivo incluye radares de corto alcance, barreras electromagnéticas y software de detección térmica capaces de neutralizar cualquier dron que vuele a menos de 300 metros del Vaticano y hasta un kilómetro de distancia. Estos sistemas están conectados con las fuerzas de seguridad italianas y operan en coordinación con la Guardia Suiza y agentes encubiertos posicionados en los techos y torres de los edificios cercanos.
El objetivo es claro: ningún ojo externo puede ver lo que ocurre dentro.
La Capilla Sixtina, famosa por la obra del Juicio Final de Miguel Ángel, se ha transformado en un recinto completamente hermético, donde cada movimiento se rige por siglos de tradición. Los 133 cardenales electores votan en completo silencio. Escriben el nombre del elegido en una papeleta, la doblan, la depositan en una urna y quedan a la espera.
La regla es inquebrantable: si no hay mayoría de dos tercios, el humo que saldrá de la chimenea será negro. Si se llega a un consenso, será blanco.
Ese humo, que hoy todos observan desde la Plaza de San Pedro, es la única voz que hablará mientras dure el encierro.
En caso de que este mismo martes, durante la primera votación, no se elija al nuevo Papa, los cardenales seguirán votando dos veces por la mañana y dos veces por la tarde. Si después de tres días no hay resultado, se realizará una pausa para la reflexión.
Entre los nombres que resuenan para suceder al Papa Francisco están Pietro Parolin, diplomático del Vaticano; Luis Antonio Tagle, cardenal filipino; Matteo Zuppi, negociador de paz con Moscú; así como Joseph Tobin y Roberto Prévost, abiertos a los desafíos contemporáneos de la Iglesia. De México, los cardenales elegibles al papado son los arzobispos Carlos Aguiar Retes y Juan Sandoval Íñiguez.
Sin embargo, cada elección papal es impredecible. En cónclaves anteriores hubo candidatos que entraron con todas las apuestas… y salieron en el anonimato. Mientras que otros, inesperados, emergieron con el humo blanco.
No hay un límite de tiempo estricto. Las normas actuales permiten hasta 33 o 34 votaciones antes de que pueda cambiarse la regla a mayoría simple. Basta con recordar que, en 1268, el cónclave más largo de la historia duró mil días.
Mientras las cámaras apuntan a la chimenea de la Capilla Sixtina, hoy la política del mundo permanece ajena. La decisión es espiritual.
El mundo aguarda una señal. Y solo el humo hablará.