
A las tres de la tarde de este martes 06 de mayo, el Vaticano quedó completamente en silencio.
No se trata de una ceremonia ni de una pausa litúrgica: es una desconexión total. Ese día, toda señal de internet, radio y telefonía celular fue suspendida dentro del Estado más pequeño y vigilado del mundo.
La orden proviene de la Gobernación del Estado Vaticano, con el propósito de impedir cualquier filtración de información durante el tiempo que los cardenales permanezcan encerrados en la Capilla Sixtina para decidir quién será el próximo Papa.
El cónclave ha comenzado, y con él, se ha desplegado un protocolo de seguridad sin precedentes.
Los 133 cardenales electores que participarán en la votación entregaron sus celulares, relojes inteligentes y otros dispositivos móviles con los que podrían mantenerse en contacto con el exterior. Durante los próximos días —o incluso semanas, en caso de no llegar a un consenso— no podrán comunicarse con el mundo.
No habrá televisión. No habrá prensa. No habrá cartas, y mucho menos visitas. Solo oraciones, votos secretos… y silencio. Pueden hablar entre sí, pero no más de lo necesario.
Dentro del Vaticano, la quietud es absoluta y la vigilancia, total. Un anillo de seguridad invisible pero impenetrable rodea la Ciudad del Vaticano. Bloqueadores de señal, inhibidores de frecuencia y sensores láser han sido instalados en puntos estratégicos que protegen especialmente la Capilla Sixtina. Y en esta ocasión, el cielo también está blindado.
Desde hace al menos tres días, técnicos vaticanos y personal militar especializado activaron un sistema anti-drones de alta precisión que cubre tanto el espacio aéreo inmediato como las rutas comerciales cercanas.
El dispositivo incluye radares de corto alcance, barreras electromagnéticas y software de detección térmica capaces de neutralizar cualquier dron que vuele a menos de 300 metros del Vaticano y hasta un kilómetro de distancia. Estos sistemas están conectados con las fuerzas de seguridad italianas y operan en coordinación con la Guardia Suiza y agentes encubiertos posicionados en los techos y torres de los edificios cercanos.
El objetivo es claro: ningún ojo externo puede ver lo que ocurre dentro.