
Falleció el expresidente uruguayo José Mujica, uno de los grandes referentes de la izquierda latinoamericana que, por su coherencia ideológica y su integridad moral, logró trascender barreras políticas y convertirse en un líder respetado en el mundo entero. Un logro notable en una época acostumbrada a odiar a los políticos. Tenía 89 años y había pasado los últimos años de su vida combatiendo el cáncer de esófago y, posteriormente, de hígado.
Nació en Montevideo el 20 de mayo de 1935. Fue hijo de un pequeño agricultor y de una inmigrante italiana. Desde joven, en los años setenta, se involucró en la lucha social. En 1964 se unió al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, donde combatió la dictadura. Su resistencia lo llevó a integrarse a la guerrilla y, por ello, estuvo preso entre 1972 y 1985, donde conoció la cara más atroz del régimen militar.
Una tarde de mayo de 1970, mientras tomaba una cerveza en el centro de Montevideo, se resistió a un arresto. Se desató un tiroteo y recibió cinco disparos. Fue trasladado de emergencia a un hospital cercano, donde se salvó gracias a una transfusión de 12 litros de sangre. Al recuperarse, lo enviaron a la cárcel de máxima seguridad de Punta Carretas. Pero, como en una película, excavó junto a sus compañeros un túnel de cuarenta metros de largo y diez de profundidad, por el que escaparon 106 presos. La mayor fuga registrada, según el Récord Guinness.
Después de varios arrestos y fugas, fue nuevamente apresado. Pasó cerca de doce años encerrado por los militares en un pozo de poco más de un metro cuadrado, sin libros ni contacto con el exterior. Existía la amenaza de que si los Tupamaros se reorganizaban, él sería ejecutado. Cualquiera habría enloquecido, pero Mujica no era un hombre común. A diferencia de otros militantes, jamás perdió el buen carácter, no se radicalizó y siempre abogó por el diálogo y la construcción de puentes en la sociedad. Salió libre en 1985, a los 50 años. Como consecuencia del cautiverio, enfermó de la vejiga y perdió un riñón.
Con el fin de la dictadura y el regreso de la democracia en Uruguay, se convirtió en un referente político. Su sencillez y su discurso directo, sin adornos, lo conectaron de inmediato con la gente. Fue un destacado integrante del Frente Amplio, que agrupaba a las fuerzas de izquierda.
Supo transformar sus ideas revolucionarias comunistas de los años sesenta y setenta en una izquierda democrática y progresista. Caminó sobre la delgada línea entre dejar atrás los dogmas sin traicionar sus principios. Aunque era un anticapitalista declarado, pensaba que la mejor revolución era en la cultura y la mente de las personas. Por eso, muchos lo recordarán más por su actitud y sus palabras.
En 1989 fue elegido diputado. No se dejó seducir por las mieles del poder. Llegaba al Congreso uruguayo en su vieja Vespa, vestido con sencillez. Los guardias le pidieron que retirara el vehículo, pues no imaginaban que aquel hombre fuera legislador. Pero lo era.
Posteriormente fue senador y luego ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca entre 2005 y 2008. Finalmente, en 2010 llegó a la presidencia de Uruguay, donde impulsó medidas progresistas como la legalización de la marihuana y del aborto, un ambicioso plan de vivienda social y la creación de la Universidad Tecnológica del Uruguay.
Todos lo conocimos por su vida austera, su rechazo a los lujos y su defensa de la igualdad y el medio ambiente. Algunos lo llamaban el presidente más pobre del mundo, pero, a su manera, tal vez haya sido el más rico. Su discurso en la ONU, en el que criticó el consumismo y la obsesión por el crecimiento económico, resonó en todo el planeta.
Perteneció a una generación muy relevante de presidentes de izquierda de América Latina: Luiz Inácio Lula da Silva, Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales, Hugo Chávez y Rafael Correa. A diferencia de ellos, no se vio envuelto en escándalos de corrupción, no intentó perpetuarse en el poder y fue congruente con los ideales que predicaba. Esa fue tal vez su batalla más difícil: no traicionarse, ni convertirse en una caricatura de sí mismo. Es uno de los pocos líderes del siglo XX que logró lo que todos prometen: ser fiel a lo que fue.
Vivió una vida sencilla. Pasó sus últimos años a las afueras de Montevideo, en una pequeña granja, manejando siempre su clásico vocho azul modelo 1987. Pese a su carácter apacible, su vida fue muy intensa y representa la lucha por la libertad. Fue guerrillero, preso político y presidente.
Su lucidez también se reflejó ante su propia muerte. “Me estoy muriendo. Y el guerrero tiene derecho a su descanso”, declaró en enero de este año, mientras batallaba contra la enfermedad.
En estos tiempos de extremismo, su vida fue una mezcla de lucha, resistencia y una profunda conexión con la tierra y los valores esenciales. Un hombre que, a pesar del sufrimiento, nunca perdió la fe en la humanidad ni la capacidad de soñar con un mundo mejor. Su biografía no es solo una lista de hechos; es un testimonio de la fuerza del espíritu humano y de la posibilidad de vivir con coherencia y dignidad.
Ahora más que nunca resuenan sus palabras: “Yo me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido y le di un sentido a mi vida. Moriré feliz.”
La mejor manera de honrar su vida es continuar su camino, con la mesura y el buen humor que siempre mantuvo.
Descanse en paz, Pepe Mujica.