
El reloj marcaba las 12:34 del mediodía, tiempo de Nueva York, cuando en la Corte Federal de Brooklyn apareció el hombre que por más de medio siglo fue un mito, un fantasma intocable del narcotráfico mexicano que nunca esperó pasar sus últimos días tras las rejas.
Ismael Mario Zambada García, “El Mayo”, entró despacio, con el cabello blanco peinado hacia atrás, la barba bien recortada y un uniforme azul con overol naranja. Caminaba con dificultad y cojeaba levemente.
Ahí, bajo la mirada fija de fiscales, agentes federales, alguaciles y periodistas que abarrotaban la sala, con voz baja pero firme, rompió décadas de silencio:
“Durante 50 años he dirigido una gran red criminal... Desde el principio y hasta el momento de mi captura he pagado sobornos a policías, militares y políticos en México”, declaró en español frente al juez Brian Cogan, el mismo que hace unos años sentenció a cadena perpetua a Joaquín “El Chapo” Guzmán.
La audiencia duró aproximadamente 44 minutos, tiempo suficiente para que el legendario capo leyera su declaración previamente escrita, lectura que le habría tomado alrededor de cinco minutos, explicando sus delitos y reconociendo su responsabilidad.
Fue este 25 de agosto cuando Zambada habló por última vez como líder del Cártel de Sinaloa. Recordó sus inicios en 1969, cuando con apenas 19 años comenzó traficando marihuana, después cocaína y, con ambas drogas, vino el ascenso.
“Estimo haber traficado 1.5 millones de kilos de cocaína, la mayor parte hacia Estados Unidos”, confesó, al tiempo que también aceptaba que la organización solo pudo sostenerse por corrupción institucional:
“La organización que dirigí promovió la corrupción en mi país pagando a policías, comandantes militares y políticos que nos permitieron operar con libertad”.
En la audiencia, “El Mayo” Zambada también enumeró sus alianzas con productores colombianos, las rutas marítimas y aéreas, así como la creación de un brazo armado encargado de asesinatos, secuestros y torturas.
Pocos creían lo que estaban escuchando. El capo que durante décadas fue invisible para las autoridades mexicanas se encontraba describiendo, con frases cortas pero concisas, cómo construyó el imperio criminal más poderoso del continente, para finalmente soltar lo que parecía el peso de una vida entera:
“Asumo la responsabilidad de todo y pido disculpas a todos los afectados por mis acciones”.
Su disculpa no borra la violencia, pero sí deja ver al hombre detrás del mito: un campesino sinaloense con sexto grado de primaria que eligió el camino del contrabando y terminó convertido en uno de los criminales más buscados del planeta.
El pacto final con la Fiscalía estadounidense incluyó cuatro puntos:
- Renunciar al juicio y a toda apelación.
- Aceptar cadena perpetua.
- Entregar 15 mil millones de dólares en bienes y activos.
- Eliminar la opción de la pena de muerte.
Su abogado, Frank Pérez, cerró con una frase seca: “La información de ‘El Mayo’ se queda con ‘El Mayo’”, confirmando con ello que no colaborará con el gobierno estadounidense señalando a políticos mexicanos, militares o viejos socios.
Con ello, la sentencia definitiva quedó fijada para ser dictada el 13 de enero del próximo año, aunque el resultado ya no cambiará: “El Mayo” morirá en prisión.
Pero el camino hacia esa confesión comenzó un año antes, el 25 de julio de 2024, en un episodio que aún divide versiones. Ese día, una avioneta Beechcraft King Air descendió sobre la pista de Santa Teresa, Nuevo México. A bordo iban Joaquín Guzmán López, hijo del Chapo, y un hombre esposado, con la cabeza cubierta: El Mayo Zambada.
No hubo órdenes judiciales ni coordinación oficial. Fue el propio presidente López Obrador quien reconoció lo sucedido: México no participó en la operación. Horas más tarde, el abogado de Zambada reveló la primera carta de su cliente: relataba que había sido emboscado por su propio ahijado, engañado con la promesa de una reunión política, golpeado, atado y entregado en secreto.
En ese mismo escrito denunció que el exalcalde Héctor Melesio Cuén fue asesinado aquel día y que las autoridades de Sinaloa encubrieron el hecho con un video manipulado en una gasolinería. Nombró también a dos de sus escoltas desaparecidos, José Rosario Heras y Rodolfo Cháidez. Con crudeza, escribió: “No me entregué. Me secuestraron y me trajeron contra mi voluntad”.
La caída de Zambada desató lo inevitable: una fractura en el Cártel de Sinaloa. En septiembre de 2024, Culiacán se convirtió en campo de batalla. “La Chapiza”, los hijos del Chapo, contra “La Mayiza”, leales al Mayo.
Las calles se llenaron de bloqueos, incendios y narcomantas. Cuerpos colgados de puentes, ejecuciones públicas, familias desplazadas y un miedo constante que marcó a comunidades enteras. En Sinaloa, el mito de intocable del Mayo se había roto, y con él, la estabilidad relativa que aún mantenía el cártel.
Trasladado a Nueva York, el caso quedó en manos del juez Brian Cogan. Enfrentaba 17 cargos que iban desde narcotráfico y conspiración hasta homicidio y lavado de dinero.
Para el 15 de enero de 2025, en su tercera audiencia, el capo apareció debilitado. Llevaba el uniforme naranja, una sudadera beige encima y el cabello largo, encanecido. Los cronistas describieron que caminaba despacio, pero ya sin cojear.
Ese día, la discusión giró en torno a su abogado, Frank Pérez, exmilitar y expolicía estadounidense, quien también representaba a Vicente Zambada Niebla, “El Vicentillo”, hijo del Mayo y testigo colaborador de la fiscalía. La posible contradicción encendió alarmas: ¿podía un mismo abogado defender al padre y al hijo que podía testificar contra él? Pese a los cuestionamientos, Cogan permitió que continuara.
La audiencia duró apenas 30 minutos, suficientes para dejar claro que la defensa buscaba ganar tiempo, mientras el capo mostraba las huellas del encierro: más delgado, más frágil, visiblemente envejecido.
En tanto, entre dichas audiencias, Zambada envió algunas cartas desde prisión. En agosto de 2024, publicó una carta detallando la traición de Guzmán López y el asesinato de Cuén. En febrero de 2025, otra misiva fue dirigida a la presidenta Claudia Sheinbaum.
Allí pedía formalmente su repatriación a México, argumentando que había sido víctima de un “secuestro transfronterizo”. Advertía que su caso podía convertirse en un punto de quiebre en la relación bilateral si México no actuaba. La Secretaría de Relaciones Exteriores reconoció la recepción del documento, pero nunca avanzó la petición.
Los escritos, cargados de reclamos y advertencias, buscaban proyectar la voz de un capo que se sabía ya cercado y sin salida.
Fue así como el capo cayó, pero su sombra aún alimenta la inestabilidad de un cártel fragmentado. Mientras en México persisten las secuelas, la supuesta traición de “Los Chapitos”, las contradicciones del gobierno federal y la guerra interna del Cártel del Pacífico en Sinaloa mantienen la violencia a todo lo que da.
Y es que por más de cinco décadas, Zambada fue el capo que nunca pisó una celda, el que sobrevivió a Félix Gallardo, Caro Quintero y Guzmán Loera. Su captura en 2024, sus cartas de protesta y su confesión en 2025 marcan el final de esa era.
Hoy solamente queda su voz en la corte de Brooklyn, aceptando medio siglo de crímenes, sobornos y violencia. Queda el eco de un hombre que construyó un imperio y terminó confesando su caída en público, bajo sentencia de morir tras las rejas.