
En la narrativa de la Cuarta Transformación, el bienestar dejó de ser un ideal abstracto y se convirtió en una marca.
Desde 2018, el gobierno federal emprendió una política de consumo con sello propio: productos con identidad social, precios subsidiados y un discurso de justicia económica. Gas, chocolate, café, calles y ahora hasta agua llevan el mismo apellido. Son los productos del llamado “Bienestar”, que buscan trasladar el emblema político del movimiento a la vida cotidiana.
En la Ciudad de México, el más reciente de estos programas es el Agua del Bienestar.
Mientras a nivel federal se analiza la posible desaparición de Gas Bienestar por su baja rentabilidad, el gobierno capitalino tomó el camino contrario: meterse de lleno en la distribución de agua potable.
Con once plantas potabilizadoras y seis más en proceso, la administración de Clara Brugada busca combatir la escasez que afecta a las zonas con infraestructura más deteriorada.
El programa permite envasar 12 mil garrafones diarios —equivalentes a 72 mil semanales— con un precio simbólico de cinco pesos, mismos que se reparten en 400 colonias de la capital. La meta es alcanzar, a finales de año, 13 plantas en operación y 120 mil botellones distribuidos semanalmente.
Así, el modelo capitalino pretende demostrar que el acceso al agua puede garantizarse mediante una política de justicia hídrica enfocada en las familias que más gastan en agua y menos recursos tienen.
En contraste, el Gas Bienestar, lanzado en 2021 para ofrecer precios más bajos frente a las distribuidoras privadas, enfrenta su posible cierre por altos costos de operación y escasa cobertura nacional.
Otro producto con sello oficial es el Chocolate del Bienestar, elaborado con cacao procedente de comunidades rurales de Chiapas y Tabasco.
Se distribuye a través de la red de tiendas Diconsa, presentes en más del 90 por ciento de los municipios del país. El objetivo, según sus promotores, es ofrecer un alimento de calidad y alto valor nutritivo con respaldo gubernamental, a un precio inferior al del mercado.
Aunque de impacto comercial limitado, el programa ha sido bien recibido por los productores, que ahora colocan su cacao directamente sin intermediarios.
En una de sus conferencias matutinas, la presidenta Claudia Sheinbaum destacó que el chocolate simboliza “la nueva economía moral” y la reactivación del campo a través del consumo nacional.
Más ambicioso en discurso que en resultados, el Café del Bienestar apenas existe como propuesta.
Se ha planteado articular cooperativas cafetaleras de Chiapas, Oaxaca y Veracruz, pero aún no hay distribución oficial ni datos de producción.
Fuentes del sector agroalimentario aseguran que el proyecto sigue en etapa de diseño y que pretende replicar el modelo del chocolate: producción en origen, control estatal y venta social.
Finalmente, el sello “Bienestar” también llegó a los espacios públicos.
En Tultitlán, Estado de México, un conjunto de colonias fue renombrado como “Cuarta Transformación”, con calles que hoy llevan nombres de programas sociales como Becas Benito Juárez, Sembrando Vida y Banco del Bienestar.
El cambio, sin embargo, dividió opiniones.
Muchos vecinos aseguraron no haber sido consultados y algunos retiraron los letreros en protesta, lo que desató enfrentamientos con las autoridades municipales.
Más allá de su viabilidad económica, todos estos programas comparten una misma lógica: convertir la política social en una presencia tangible.
Cada producto del Bienestar combina un objetivo de consumo con un relato de equidad.
El garrafón a cinco pesos, el gas popular, el chocolate comunitario o las calles renombradas buscan traducir el discurso de justicia en hechos visibles, reproducibles y cotidianos.
A casi una década del inicio del movimiento, la palabra Bienestar ya no solo encabeza secretarías o programas; forma parte del lenguaje doméstico.
Representa una forma de Estado que se reconoce en lo que vende, lo que nombra y lo que promete.
Del garrafón al cacao, del cilindro al letrero de calle, el bienestar se volvió un símbolo de gobierno y una marca política en expansión.