
Salió a sacar copias y no regresó. Kimberly Hilary Moya González, de 16 años y estudiante de la UNAM, desapareció la tarde del jueves 2 de octubre en Naucalpan, Estado de México. Sus vecinos están dispuestos a hacer todo lo necesario hasta encontrarla sana y salva. El último día que tuvo contacto con su familia, salió de su hogar en San Rafael Chamapa con la misión de ir a un café internet y después, según dijo, pasaría por un helado. Pero nunca volvió a casa.
Su desaparición detonó una jornada de desesperación familiar y rabia comunitaria, lo que provocó protestas estudiantiles, bloqueos viales y cateos nocturnos. Aunque ya se ha detenido a un hombre y han aparecido videos que muestran a una joven con características similares a las de ella cargando maletas y bolsas, el misterio persiste.
Su madre, indignada y segura de que su hija no es quien aparece en los videos más recientes, le envió un mensaje a quien llamó “pequeñita” y dijo perdonarla por prestarse a fingir.
Los registros coinciden en que, esa tarde del 2 de octubre, Kimberly recorrió a pie la zona de Los Aceites, Bulevar Colosio y San Rafael Chamapa. Cámaras de seguridad la captaron saliendo del negocio al que acudió alrededor de las 16:06 horas, vestida con pantalón gris, sudadera y blusa verdes, y mochila rosa. Justo en un pasillo con escaleras descendentes, se le pierde el rastro.
La desaparición de la adolescente provocó una reacción rápida y visceral. Al día siguiente, sus compañeros del CCH Naucalpan, amigos, vecinos y familiares cerraron la Avenida Luis Donaldo Colosio para exigir respuestas. Para el lunes 6 de octubre, los cortes se extendieron hacia Periférico Norte, uno de los principales ejes viales del Valle de México.
Las protestas fueron masivas y simbólicas: quienes las encabezaban vestían playeras blancas con la foto de Kimberly pidiendo, al unísono, “que la regresaran”. Por su parte, el CCH Naucalpan, a través de su comunidad estudiantil, activó cadenas de difusión, convocatorias y vigilias, mientras las calles se llenaron de carteles con las leyendas “¿Dónde está Kimberly?” y “No se la llevaron sola”.
Durante la madrugada del 4 y 5 de octubre, bajo el amparo del equipo de investigación de la Fiscalía del Estado de México y en coordinación con la Guardia Municipal de Naucalpan, se realizaron cateos en inmuebles de San Rafael Chamapa y talleres de la zona. En ellos se detuvo a un hombre presuntamente vinculado al caso, cuyo domicilio fue asegurado. Sin embargo, hasta el momento, no se ha hecho pública una imputación en su contra ni se ha confirmado que el sujeto en cuestión tenga una relación directa con la desaparición. Lo único que ha trascendido es que se le habría acercado un par de veces al salir de la papelería.
Aunque los cateos sugieren que los investigadores trabajan sobre pistas que conectan el trayecto entre el café internet y la zona de El Aceite, el expediente aún no libera informes oficiales que expliquen el vínculo entre el detenido y Kimberly.
Fue hasta este siete de octubre cuando nuevos videos comenzaron a difundirse en internet, asegurando que la protagonista es la misma joven, ya que muestra características físicas similares a las de Kimberly. Sin embargo, en la grabación se le ve caminando por la calle Calzada de Guadalupe, mientras carga mochilas, bolsas y maletas. La grabación, donde no se aprecia el rostro con claridad, fue interpretada por algunos como una señal de que la joven podría estar vagando, pero la madre salió al combate mediático, rechazando las posibles coincidencias, empezando porque, dice, la sudadera no coincide.
En las fichas de búsqueda emitidas por la entidad mexiquense, a través de la ALERTA AMBER, se le describe como una joven de 1.43 metros de estatura, complexión delgada, cabello negro hasta media espalda, con marcas de acné. Además, especifican que el día de su desaparición vestía pantalón color gris, sudadera y blusa verdes, además de tenis blancos con gris y azul.
El caso de Kimberly muestra tanto el potencial de la movilización social como la fragilidad institucional ante el caos informativo. A estas alturas, las autoridades tienen tres caminos esenciales frente a ellas:
Primero, consolidar la imputación contra el posible sospechoso y presentarlo ante un juez con cargos oficiales.
Después, cerrar la ruta del trayecto, integrando los videos fragmentarios de distintas cámaras tanto públicas como privadas para construir, paso a paso, el camino de regreso que supuestamente “no existe”.
Y finalmente, filtrar la desinformación, evitando falsas pruebas o testimonios.
Sin embargo, mientras avanza la investigación, detrás de los cateos, los bloqueos y los videos hay una familia y una madre rota.
Más que una exigencia, la mujer suplica que cada ciudadano revise su cámara de seguridad, su teléfono, así como sus grabaciones de circuito cerrado, pues el minuto que parezca irrelevante puede ser el paso que ayude a que Kimberly regrese a casa.
Es así como los operativos, los cateos y los bloqueos se convierten en eslabones de una cadena que espera cerrar el círculo: hallar evidencias sólidas, imputar a posibles responsables y localizar con bien a Kimberly. Mientras tanto, el lema de la búsqueda es “Mi niña no es una más”, sumado a la advertencia de una madre que perdona, pero exige que no la engañen más.