
La escena no fue de espectáculo ni de escenario. En un tono sereno, lejos de la euforia de los conciertos, Mon Laferte habló de la tristeza como si fuera una vieja compañera de viaje. Recordó los días en que la depresión la llevó al límite y confesó cómo encontró en la melancolía un refugio para seguir adelante.
“Aprendí a romantizar la tristeza… fue un método de supervivencia y de ahí saco canciones”, dijo frente a Adela Micha. No era una frase ensayada, sino una verdad que parecía pesarle en la voz.
La melancolía como refugio
En su relato, Mon describió esos momentos en los que la realidad se volvía insoportable. La tristeza, que para muchos es un callejón sin salida, para ella se transformó en un territorio donde podía respirar. “Estaba en mi propia película, un poco fuera de la realidad, pero era la forma de poder sobrellevarlo”, reconoció.
De esa relación con la melancolía nacieron muchas de sus canciones más intensas. Un lugar oscuro que no quiso abandonar del todo: “Algo de mí se quedó en ese sitio y lo busco. Me gusta también”, confesó.
Contra la felicidad obligada
Mon también habló de la presión social de mostrarse siempre alegre. Con dureza, cuestionó esa exigencia. “Odio eso de que todo tiene que ser positivo, lindo, hermoso. Se me hace tan tóxico”, afirmó.
Para ella, la felicidad no es un estado permanente, sino apenas destellos que iluminan el día. Recordó uno de los más recientes: una mañana en la que su hijo, apenas despierto, se acercó a acariciarle la cara. “Me dijo: ‘Mamá, eres hermosa’. Eso es la felicidad”, relató conmovida.
El arte como salvavidas
A lo largo de la entrevista, Mon dejó claro que el arte fue su salida cuando no encontró palabras. Cantar, escribir, pintar: todo formó parte de la misma necesidad de sobrevivir. “Me cuesta hablar, me cuesta expresarme. Por eso escribo, por eso canto, por eso pinto”, explicó.