 
                                        El asesino del productor musical de Gerardo Ortiz ha sido detenido.
Se trata de Edson Arturo “N”, aunque todos en su entorno lo conocían como “Randal”: un hombre de mirada quieta, cuerpo fornido y paso lento, acostumbrado a cumplir órdenes y desaparecer. Durante 11 meses fue este sujeto a quien las autoridades perseguían en silencio, convencidas de que aquel disparo que rompió la rutina de un miêrcoles en Polanco no podía quedar sin rostro.
El crimen que hoy lo mantiene en prisión ocurrió el 4 de diciembre del año pasado. Jesús Pérez Alvear, productor musical y promotor de espectáculos, se encontraba en un restaurante cuando un sujeto irrumpió en el negocio para atacarlo directamente y escapar con rumbo desconocido. Los gritos estallaron y su cuerpo quedó inerte semisentado.
Durante semanas, Plaza Miyana fue sinónimo de desconcierto. Los empleados recordaban el sonido seco de las detonaciones y presentaron secuelas debido a la impresión y miedo que les provocó el atentado.
La Fiscalía capitalina encontró la primera pista para detener a “Randal” en las cámaras de vigilancia. La ruta del vehículo, la manera en que se coordinaban tres hombres, los tiempos exactos de llegada y salida. Todo sugería una operación planeada pero fue con el paso de los días que el expediente creció: testimonios, rastreos, números de placas, rostros similares y números telefónicos sospechos.
Mientras tanto, “Randal” se movía con cuidado. Vivía entre Nezahualcóyotl y Chimalhuacán, alquilaba cuartos por semanas y trabajaba en talleres donde nadie preguntaba nombres. Tenía otra vida, otra voz y otro barrio. Su grupo, pequeño pero disciplinado, según autoridades, respondía a órdenes del Cártel Jalisco Nueva Generación.
En Polanco nadie quiso hablar. La víctima no era un desconocido: Pérez Alvear había trabajado durante años como productor de artistas del regional mexicano, entre ellos Gerardo Ortiz, y era conocido en círculos musicales tanto por su habilidad para organizar conciertos como por los rumores que lo seguían: presuntas conexiones con redes financieras del crimen organizado, triangulación de patrocinios, dinero que viajaba entre escenarios, oficinas y fronteras. Su nombre aparecía en conversaciones discretas de promotores y empresarios. Cuando lo mataron, todos entendieron el mensaje: no importaba el lugar, la hora ni el público; había cuentas que el silencio no saldaba.
La policía capitalina decidió no precipitarse. No era un caso para resolver en conferencia de prensa, sino uno que necesitaba paciencia. Durante meses, un grupo de investigadores revisó cada segundo de los videos de diciembre. Se fijaron en los gestos: el modo en que el tirador sostenía el brazo al disparar, la forma en que giraba el cuello, el balanceo del pie derecho al caminar. Esos movimientos se compararon con cientos de grabaciones de seguridad en otras zonas del valle y ahí fue ubicado: el mismo andar, la misma inclinación del hombro. Un hombre de contextura idéntica había sido visto entrando y saliendo de un pequeño taller en Chimalhuacán.
La madrugada del 29 de octubre de 2025, un convoy de la policía lo esperó en silencio. “Randal” salió con el teléfono en la mano, como si fuera una rutina más. No supo que lo observaban desde hacía semanas. Dos patrullas cerraron la calle. Nadie disparó. Cuando los agentes lo sujetaron, apenas levantó la vista. Tenía la misma serenidad con la que había caminado en Polanco once meses antes.
En su bolsillo encontraron un arma corta, un teléfono y una cadena con una cruz dorada. Lo subieron al vehículo y lo trasladaron a la capital. Ahí lo esperaban los investigadores que habían seguido su sombra durante casi un año. Al entrar al edificio de la fiscalía, el silencio fue total: el rostro del hombre coincidía con cada una de las imágenes del expediente.
La detención cerró una de las búsquedas más largas de los últimos años. Pero también abrió la pregunta inevitable: ¿quién lo mandó matar? Los peritajes apuntan a un crimen por encargo.
Pérez Alvear había sido, durante años, un puente entre artistas, empresarios y estructuras financieras poco transparentes. Movía dinero, negociaba contratos, conocía secretos de giras, pagos y patrocinios.
Para el cártel, se volvió incómodo y en esa incomodidad se firmó su sentencia.