Pero, en lugar de allanar el camino, el presidente parece decidido a dinamitar la discusión pública, enfrentar a los poderes y órganos autónomos del país y a entrar en una absurda guerra de declaraciones contra nuestros principales aliados internacionales, negándole a los Estados Unidos el derecho a opinar sobre temas que sí le conciernen y recurriendo a un tono que se aleja mucho de la gran tradición diplomática de la que el presidente se dice heredero…