El jueves amaneció sin horizonte en Filipinas.
Las ráfagas habían cedido, pero la devastación seguía viva. En las calles de Cebú, la ciudad más golpeada, se mezclaban los restos de techos, los cables arrastrados por el viento y el olor agrio del lodo. En ese escenario, el presidente Ferdinand Marcos Jr. declaró el estado de emergencia nacional, al confirmar que el tifón Kalmaegi dejó al menos 114 muertos y 127 desaparecidos tras cruzar el corazón del archipiélago. La medida —anunciada en una sesión extraordinaria con el gabinete de desastres— permite usar los fondos de contingencia sin trámites y movilizar al ejército en apoyo de los rescatistas que, desde el amanecer, avanzan entre calles anegadas.
Kalmaegi golpeó la isla el martes por la noche y abandonó el territorio el miércoles, dejando a su paso un corredor de destrucción que alcanzó aldeas enteras en las provincias centrales. Cebú, donde cayeron 183 milímetros de lluvia en 24 horas, fue el epicentro. En los barrios ribereños de Liloan y Mandaue, las casas de madera se deshicieron con el primer embate del agua. Los cuerpos comenzaron a aparecer entre los escombros al amanecer siguiente. Según el portavoz provincial Rhon Ramos, 76 víctimas han sido recuperadas hasta ahora; la mayoría murió por ahogamiento.
En la isla vecina de Negros, el desastre tomó otra forma. El monte Canlaon colapsó bajo el peso de la lluvia: el lodo volcánico descendió como un río espeso y caliente, sepultando viviendas en la ciudad del mismo nombre. El teniente de policía Stephen Polinar confirmó 12 muertos y 12 desaparecidos, atrapados bajo una masa que todavía humea. Las excavadoras avanzan lentamente; cada golpe de pala devuelve un olor agrio de tierra y ceniza.
El martes, mientras Kalmaegi seguía su ruta hacia el oeste, un helicóptero militar se estrelló en Mindanao con seis soldados a bordo. Participaban en un operativo de rescate. El Comando de Mindanao Oriental informó que los restos fueron localizados un día después, a 40 kilómetros del punto de contacto. La tormenta no distinguió entre víctimas y rescatistas.
En total, casi dos millones de personas resultaron afectadas. Más de 450 mil fueron evacuadas a refugios improvisados: gimnasios, escuelas y parroquias donde el ruido del viento se mezcló con el llanto de los niños. En la costa, los barcos de pesca quedaron varados como esqueletos. Las líneas eléctricas colapsaron. En la capital provincial, los generadores de los hospitales apenas logran mantener las salas de urgencias.
Este jueves, la gobernadora Pamela Baricuatro recorrió las zonas bajas en un vehículo militar. Llevaba botas de hule y una carpeta llena de nombres tachados. “No esperábamos esto”, dijo, con la voz quebrada. “Creímos que serían los vientos… pero fue el agua.” Su equipo contabiliza más de 300 viviendas destruidas y centenares de caminos bloqueados. La ayuda llega con dificultad; algunos camiones avanzan solo de madrugada, cuando baja la marea.
En los alrededores de Cebú, los pobladores usan sillas, puertas o neumáticos como balsas para recuperar lo que quedó de sus casas. En los techos, los perros ladran sin descanso. Entre los rescates, los voluntarios hallaron a tres menores abrazados, sin vida, en una vivienda de Consolación, una imagen que se repite en redes y noticiarios locales como símbolo del desastre.
En Manila, Marcos Jr. instruyó al Departamento de Bienestar Social y Desarrollo para iniciar de inmediato la entrega de alimentos, agua y cobijas. También pidió a las cadenas de supermercados congelar los precios. “No permitiremos abusos”, advirtió ante los medios. La orden incluye habilitar corredores marítimos para trasladar insumos hacia las islas más aisladas y reforzar los hospitales con brigadas médicas.
En tanto, el servicio meteorológico nacional confirmó que Kalmaegi ya se desplazó hacia el mar de China Meridional, pero las lluvias residuales siguen afectando el norte del país. Técnicos y voluntarios trabajan en restablecer la electricidad. Algunos pueblos continúan incomunicados desde hace 48 horas.