
Joaquín “El Chapo” Guzmán, quien alguna vez fue uno de los narcotraficantes más poderosos de México y que llegó a aparecer en cuatro ocasiones en la lista de Forbes como uno de los hombres más ricos del mundo... ha reaparecido desde la prisión de máxima seguridad ADX Florence, en Colorado, con una súplica escrita de su puño y letra al juez Brian Cogan... el mismo que en 2019 lo condenó a cadena perpetua.
La carta, fechada el 15 de julio y recibida por la Corte hasta el 5 de agosto, expone con trazos firmes pero cansados la denuncia de que, desde hace más de 10 meses, no le permiten comunicarse con su nuevo abogado, Israel José Encinosa, ni por teléfono ni en persona... ni siquiera mediante cartas, a pesar de que el propio juez había autorizado su defensa legal.
En el documento, Guzmán Loera asegura que le han retenido correspondencia del defensor y que el gobierno estadounidense ignora de manera sistemática las órdenes judiciales que le permitirían ejercer su derecho a la defensa.
Textualmente, en español, con severas faltas de ortografía y de manera reiterativa, el documento refiere:
“Honorable Juez Brian Cogan... de la más, más atenta y respetuosamente le escribo lo siguiente: Me mandó decir el abogado Israel José Encinosa que ya van hace tres semanas que usted autorizó que el gobierno le permita al abogado a que me pueda visitar, hablar por teléfono y escribirme... pero hasta el día de hoy no le han autorizado mi llamada por teléfono... el abogado me escribió hace varias semanas pero hasta el día de hoy no me han entregado las dos cartas que me escribió... El abogado tiene alrededor de 10 meses batallando que le autorice el gobierno visitarme... yo pensé que ahora que usted que autorizaran al abogado... Disculpe que lo moleste otra vez de nuevo... hace alrededor de un mes y medio le escribí pidiéndole de favor le autorizara al abogado Encinosa su petición de ordenar al gobierno que autorizaran al abogado me pudiera visitar...”.
Concluyendo con un: “Para mí es vital el abogado. De antemano le agradezco. Firma: Joaquín Guzmán Loera”.
La misiva fue rápidamente difundida y compartida en redes sociales, inicialmente por el periodista Jesús García... y más tarde confirmada por los registros judiciales en Brooklyn, donde quedó archivada dentro del expediente de uno de los juicios más mediáticos de la historia moderna contra el narcotráfico.
El tono de la carta contrasta con la imagen que lo persiguió durante décadas: la del capo implacable que burló la justicia mexicana dos veces en fugas espectaculares y que acumuló, según cálculos de fiscales de Nueva York... una fortuna superior a los 14 mil millones de dólares.
Hoy, sin embargo, “El Chapo” se muestra como un hombre aislado, incomunicado, y que depende de unas pocas líneas de papel para ser escuchado por el mismo juez que lo hundió tras las rejas hasta el día de su muerte.
Pero esta no es la primera vez que Guzmán denuncia las condiciones de su encierro. Desde que fue extraditado a Estados Unidos, el 19 de enero de 2017... ha descrito su confinamiento como una tortura física y psicológica.
Incluso en entrevistas concedidas por quienes alguna vez han sido sus abogados, han declarado que el exlíder del Cártel del Pacífico vive en una celda de apenas 2.5 por 3 metros, sin contacto con otros presos, con la luz encendida las 24 horas y sin posibilidad de interactuar en español, debido a que los custodios tienen prohibido dirigirse a él en su idioma.
Su único entretenimiento es apenas un televisor con programación limitada y solo dos canales en español. Las visitas de sus hijas gemelas son contadas, así como las de su equipo legal. Además, a finales de marzo de 2024, en otra carta escrita también por “El Chapo”, se quejó de acumular siete meses sin hablar con sus hijas.
La realidad que enfrenta en ADX Florence es descrita por expertos como una vida “a poca distancia del deceso, sin la necesidad de aplicar la pena de muerte”... y es que allí, en lo que llaman el “Alcatraz de las Rocosas”, Joaquín Guzmán Loera pasa 23 horas al día en aislamiento.
Su celda de concreto incluye apenas una cama, un escritorio, un lavabo y un inodoro, además de una diminuta ventana no superior a los 10 centímetros de ancho, que solo permite ver el cielo. El patio al que lo sacan ocasionalmente mide apenas dos por dos metros y, según denuncias de su abogado José Refugio Rodríguez, de abril de 2022 a la fecha, es sacado solo una vez por semana sin que pueda asolearse.
El deterioro, añade su defensa, es visible: problemas dentales que se resolvieron extrayéndole muelas en lugar de tratarlas, presión arterial elevada y un aislamiento que consideran “una tortura psicológica” que podría reducirle la vida de forma prematura.
Estas duras pero correctivas condiciones en las que hoy se desenvuelve el exlíder de una facción del Cártel de Sinaloa contrastan por completo con su pasado. Guzmán Loera nació el 4 de abril de 1957 en La Tuna, Badiraguato, Sinaloa, en una familia campesina de escasos recursos. No terminó la primaria y, desde adolescente, se involucró en el cultivo de amapola y marihuana. Con el tiempo se convirtió en uno de los lugartenientes del Cártel de Guadalajara, bajo el mando de Miguel Ángel Félix Gallardo, “El Jefe de Jefes”.
Tras la captura de Félix en 1989 por el asesinato del agente de la DEA Enrique “Kiki” Camarena, Guzmán y su compadre Héctor Luis “El Güero” Palma tomaron el mando de dicha organización criminal, que más tarde se consolidaría como el Cártel de Sinaloa.
Y es que su fama comenzó a crecer gracias a su capacidad logística. Testigos en su juicio narraron que convencía a sus socios colombianos con frases como: “soy muy rápido para mover la mercancía”… Y tenía razón: construyó una red de túneles que cruzaban la frontera hacia Estados Unidos para el trasiego de drogas, además de empresas fachada que servían tanto para lavar dinero como para ocultar toneladas de cocaína en trenes cisterna, barcos y hasta submarinos.
Su riqueza obtenida lo colocó en la lista Forbes en 2009, en la posición 701, con una fortuna estimada en mil millones de dólares, apareciendo en el ranking durante cuatro años consecutivos, hasta 2012... junto a magnates como Emilio Azcárraga Jean y Alfredo Harp Helú. Pero el poderío también le trajo a “El Chapo” enemigos y caídas.
Fue capturado por primera vez en 1993, en Guatemala, y extraditado a México. En 2001 escapó del penal de Puente Grande —dicen que escondido en un carrito de lavandería o disfrazado de custodio—, siendo recapturado en 2014 para volver a fugarse un año después a través de un túnel subterráneo kilómetrico.
Su captura definitiva llegó en enero de 2016, en Los Mochis, Sinaloa, tras un descuido derivado de un encuentro con la actriz Kate del Castillo y el actor Sean Penn.
En 2017 fue finalmente extraditado a Estados Unidos, para que dos años más tarde escuchara la sentencia que puso fin a su reinado criminal. En la Corte de Brooklyn, el juez Brian Cogan le dictó cadena perpetua y el decomiso de 12 mil 600 millones de dólares.
En ese mismo proceso, testigos como Alex Cifuentes y Jesús “El Rey” Zambada detallaron cómo Guzmán Loera vivía en las montañas vestido con ropa camuflada, protegido por anillos de seguridad y recibiendo hasta 40 millones de dólares mensuales de ganancias ilícitas.
Hoy, lejos de los lujos, “El Chapo” es el preso número 377 en ADX Florence, sin contacto humano más allá de los guardias que apenas le dirigen la palabra.
A seis años de su condena, su salud se deteriora y sus súplicas se limitan a cartas manuscritas, como la recientemente difundida... misma que ha sido interpretada como un último intento de Joaquín Guzmán por recuperar algo de contacto con el exterior.
Así, el capo que alguna vez movió toneladas de cocaína y que fue capaz de humillar a gobiernos con fugas espectaculares, ahora depende de la voluntad de los funcionarios penitenciarios estadounidenses para recibir una carta... o una llamada.