
El humo se alzaba en espirales negras mientras dos agentes de Tránsito, golpeados y semidesnudos, permanecían amarrados frente a la delegación en Tezonapa, Veracruz. A su alrededor, un pueblo cansado miraba en silencio cómo ardían patrullas y motocicletas oficiales. Era su forma de decir: ya basta.
No hubo un disparos, solo el rumor en las calles: “Hoy se van a cansar de extorsionar”. Era martes 1 de julio. Amanecía en Tezonapa, un municipio donde cada parada de Tránsito podía significar un cobro ilegal para dejar pasar un camión de naranjas, un saco de café o una moto de reparto.
Ese martes, las voces se unieron. Vecinos de distintas colonias se reunieron frente a la Delegación de Tránsito y Vialidad. Los que cargaban machetes no los alzaban para atacar, sino para que los vieran. Los rostros cubiertos, las miradas firmes.
Querían respuestas.
Los agentes que se convirtieron en mensaje
Nadie imaginó que dos agentes saldrían de las oficinas sin uniforme, con la piel marcada de golpes y las manos atadas con lazos de mecate. Los sentaron en un camellón, frente a la delegación, con la cara expuesta y la dignidad rota.
Los que grababan con sus celulares no buscaban likes. Querían pruebas de lo que decían desde hace meses: que en Tezonapa, los mismos que deberían cuidarlos se habían convertido en verdugos de su bolsillo.
Las llamas como reclamo
Después vinieron las llamas. Una patrulla, dos motocicletas, vehículos que según los pobladores eran de funcionarios de Tránsito. El fuego subía mientras algunos se apartaban del calor, otros grababan y algunos lloraban.
“Nos cansamos de pagar cada que pasamos”, decía un hombre con sombrero, mientras miraba cómo una patrulla se convertía en chatarra ardiente. A su lado, una mujer con un niño en brazos asentía en silencio.
El código rojo
El humo trajo a los otros: elementos de la Marina, del Ejército, de la Guardia Nacional. El operativo se activó mientras la gente seguía ahí, quieta, con la mirada fija en lo que quedaba de las patrullas.
Los agentes restantes de Tránsito se encerraron en la oficina, esperando que alguien explicara cómo llegaron a esto.
Los dos agentes golpeados fueron retirados del lugar bajo custodia, para recibir atención médica. Hasta el cierre de esta nota, el ayuntamiento no había dado una postura oficial.
Lo que queda después del fuego
Tezonapa es un municipio de gente trabajadora. De quienes se levantan antes de que el sol pinte los cerros para cargar café o naranjas. Para ellos, un retén de Tránsito no significaba seguridad, sino miedo de perder lo poco que llevan para vender.
El fuego de ese martes fue un reclamo. Las cenizas de las patrullas, un aviso.
Hoy, mientras las autoridades estatales prometen investigar, la tensión se siente en cada esquina. La gente camina con cuidado. Los agentes de Tránsito, los que quedan, miran por encima del hombro.