
Perla tenía nueve años y su hermano Wilbert Daniel seis, ambos vivían en Juchitán, uno de los municipios más pobres de Oaxaca. Iban a la escuela, pero también trabajaban vendiendo dulces, porque cuando el hambre estruja en el estómago, no queda de otra. El viernes pasado ambos salieron de casa y no volvieron con vida, durante las primeras horas del sábado los mataron y después sus cuerpos fueron encontrados en una carretera. A Perla y Wilbert los asfixiaron. El cortejo fúnebre lo encabezaron sus compañeros de la escuela “Saúl Martínez”, vestidos de blanco y con globos, el grupo de niños despidió entre lágrimas a sus compañeros. Imaginen la imagen: niños que estaban enterrando a otros niños, niños que gritaron “presente” cuando en el pase de lista que hizo el maestro Guillermo, se nombró a Perla y Wilbert. Esos niños han sido atravesados de por vida por una violencia brutal, se han vuelto testigos del homicidio de dos víctimas inocentes, de dos vidas que debieron ser protegidas. De dos vidas que no debieron terminar. Perla y Wilbert son la representación de esa indolencia, de ese abandono no sólo familiar, sino por parte del Estado en el que están las niñas y niños de nuestro México. Eso es lo que estamos haciendo con el futuro del país. DOS HERMANITOS ASESINADOS, LA ESTAMPA DE MÉXICO | EDITORIAL DE ADELA MICHA.