Tenía apenas 17 años.
Lo hallaron tendido sobre el jardïn de la plaza principal, todavía con la pistola en la mano. Su nombre era Víctor Manuel Ubaldo Vidales y era originario de Paracho, un municipio de la sierra michoacana donde la pobreza y el reclutamiento criminal conviven desde hace años sin que nadie lo detenga.
Fue él quien disparó contra el alcalde Carlos Manzo Rodríguez durante el Festival de las Velas, el pasado 1 de noviembre. Lo hizo frente a cientos de personas, entre flores de cempasúchil, música en vivo y familias que creían estar celebrando una noche de paz.
A eso de las 10 de la noche, siete detonaciones rompieron el bullicio.
El edil cayó herido mientras los escoltas respondieron al fuego abatiendo al agresor fue abatido casi al instante. La fiesta se volvió estampida. Los gritos mezclados con el humo de la pólvora, los niños cubriéndose la cabeza… el caos de siempre, en un estado que vive acostumbrado al miedo.
Horas después, en la morgue de Uruapan, un grupo de peritos aplicó las pruebas de rodizonato. El resultado fue positivo: disparo reciente en ambas manos. Un menor, sin antecedentes penales, que llevaba desaparecido una semana según sus padres.
Los forenses encontraron retos de metanfetamina y mariguana en su organismo. El arma que utilizó —una 9 milímetros— había sido rastreada en otros enfrentamientos entre células rivales del crimen organizado en la misma zona de Tierra Caliente.
La Fiscalía General del Estado de Michoacán no tardó en establecer que no actuó solo. La investigación apunta a que formaba parte de una célula criminal reclutada en Paracho y enviada a Uruapan con la orden de ejecutar al alcalde.
Al principio se habló de dos personas detenidas que después se supo, fueron testigos del cobarde homicidio, al tiempo que se mantiene abierta una línea de investigación sobre quién dio la instrucción final. En el colmo, Carlos Manzo había denunciado amenazas en los meses previos.
Y es que desde que asumió el cargo como presidente municipal independiente, advirtió públicamente la presión del crimen para controlar el comercio, el transporte y la obra pública.
Pese a contar con 14 escoltas, esa noche Víctor Manuel Ubaldo Vidales se acercó sin blindaje al público, confiado en el ambiente festivo del evento y asesinó a Manzo a quemarropa. La ambulancia que lo trasladó al hospital no alcanzó pues murió minutos después.
El 6 de noviembre, la fiscalía confirmó oficialmente la identidad del atacante y dio por concluida la fase forense, mientras el cuerpo del joven fue entregado a su familia en Paracho. No hubo velorio público y nadie quiso brindar más detalles.
La identificación del sicario ocurre apenas a un día de que su esposa, Grecia Itzel Quiroz, tomara protesta como presidenta municipal de Uruapan. Lo hizo con la voz quebrada rodeada de legisladores que al unísono aseguraban que: ¡Carlos Manzo vive!
Por su parte las autoridades federales anunciaron el refuerzo de seguridad en la región, sin embargo, la gente ya no lo cree pues los responsables siempre son otros y los verdaderos jefes delictivos no aparecen en las fotografías oficiales ni mueren en los tiroteos.
Así, en el expediente se lee solo una línea:
“Víctor Manuel Ubaldo Vidales, 17 años, autor material del homicidio de Carlos Manzo Rodríguez. Fallecido en el lugar de los hechos.”
Un muchacho convertido en sicario. Un alcalde que murió frente a su gente. Y un estado que vuelve a escribir la misma historia con distintas firmas.