
Acoso, agonía y muerte en Torreón
No fue un accidente… tampoco una simple broma de mal gusto. Fue la historia de un trabajador humilde que terminó pagando con la vida el precio del acoso disfrazado de chiste. Se llamaba Carlos Gurrola Arguijo, pero todos en Torreón lo conocían como “Papayita”. Tenía 47 años, una bicicleta como único transporte, un uniforme de limpieza y la rutina diaria de pedalear kilómetros desde el ejido La Concha hasta la sucursal HEB Senderos. Su jornada laboral estaba marcada por la burla, la humillación y las llamadas “travesuras” de sus compañeros. Hasta que el 30 de agosto de 2025, esas bromas lo condenaron a la agonía.
El hombre detrás del apodo
Papayita no era un personaje cualquiera. Era un trabajador querido en su comunidad, un hombre servicial y sonriente que se ganaba la vida con esfuerzo. Desde hacía más de tres años laboraba bajo contrato de Multiservicios Rocasa, empresa de limpieza subcontratada por HEB México. La tienda donde trabajaba era, paradójicamente, también el escenario de un acoso cotidiano que la familia de Carlos venía denunciando en privado: comida robada, teléfono escondido, llantas ponchadas, burlas hirientes. Su madre, María del Pilar, relató que muchas veces regresaba llorando de su turno, vencido no por el cansancio, sino por la crueldad de quienes lo rodeaban.
La broma que lo mató
El 30 de agosto, Carlos dejó su botella de bebida rehidratante en el área de trabajo. Horas después, al retomarla, bebió un líquido con sabor extraño. En segundos sintió el ardor de un ácido que le quemaba la garganta, el pecho y los pulmones. No era agua… era desengrasante industrial. Escupió lo que pudo, pero el químico ya corría por su organismo. Se dobló de dolor, apenas podía respirar. Pasaron minutos hasta que alguien decidió reportar su estado. La emergencia estalló a las 17:30 horas: un hombre se retorcía en el suelo, ahogado por un fuego interno.
19 días de agonía
Lo trasladaron primero a la Cruz Roja, luego al IMSS 16, después al 66 y finalmente al Hospital de Especialidades No. 71. Cada paso confirmaba lo irreversible: riñones dañados, pulmón perforado, esófago y estómago abrasados. Estuvo 19 días en terapia intensiva, conectado a máquinas, entre la vida y la muerte. La familia se turnaba para acompañarlo, rogando por un milagro. La madrugada del 18 de septiembre, un infarto acabó con la esperanza. Papayita murió a los 47 años… víctima de una supuesta broma que se transformó en homicidio.
La versión oficial
La Fiscalía de Coahuila abrió la carpeta de investigación el 3 de septiembre. Aseguró haber revisado videos de seguridad y entrevistar a compañeros. El 19 de septiembre, un día después de la muerte de Carlos, difundió un comunicado que encendió la indignación: según sus peritajes preliminares, no había indicios de que alguien hubiera manipulado de manera intencional la bebida. La familia respondió con furia: “Son mentiras, no nos han enseñado nada… que nos muestren las cámaras”. Hasta hoy, las grabaciones siguen bajo resguardo.
La presidenta Claudia Sheinbaum calificó el caso como “muy lamentable” y prometió que el Gabinete de Seguridad daría seguimiento. Autoridades estatales reiteraron que habría cero impunidad. Pero la familia no cree en comunicados: exige hechos, exige responsables.
Las empresas bajo la lupa
HEB México reaccionó con un comunicado: lamentó la muerte de Carlos, aclaró que no era empleado directo suyo, sino de Rocasa, y expresó condolencias. Prometió colaborar con la Fiscalía y revisar protocolos internos.
Multiservicios Rocasa convocó a rueda de prensa. Negó la existencia de bullying laboral. Aseguró que Carlos era “muy querido” y que los rumores dañaban la imagen de la empresa. Trató de eximir a HEB y pidió “no difundir información falsa”. Pero el deslinde fue visto como un intento de lavarse las manos. Nadie explicó cómo llegó un desengrasante a la botella de Papayita.
La familia alza la voz
El dolor se convirtió en clamor. La madre de Carlos pidió justicia: “Ahorita fue mi hijo, al rato va a ser otro”. Su tía y su hermano reclamaron transparencia y exigieron la entrega de videos. Amigos y vecinos crearon en redes la página “Justicia para Carlos Gurrola Arguijo”. Convocaron a marchas, organizaron protestas, recolectaron firmas en línea.
El 20 de septiembre, más de 100 personas marcharon desde el ejido La Concha hasta la sucursal HEB Senderos. La tienda estaba cerrada y resguardada por policías. Los manifestantes portaban pancartas, coreaban consignas y exigían que la muerte no quedara impune. Representantes de HEB y Rocasa salieron a prometer que todos los videos serían entregados a la Fiscalía y a la familia.
Indignación social
En redes sociales, hashtags como #JusticiaParaPapayita se viralizaron. Colectivos laborales denunciaron el acoso normalizado en supermercados y subcontratistas. La petición en Change.org exigiendo indemnización y castigo superó miles de firmas en días. El caso encendió un debate nacional: ¿cuántas muertes más provocará el bullying laboral disfrazado de “broma”?
El funeral
El 22 de septiembre, Carlos Gurrola fue despedido en Torreón. Vecinos, amigos, compañeros y familiares lo acompañaron hasta su última morada. El ataúd blanco, las coronas de flores, los sollozos de su madre, el silencio dolido de la comunidad… El sepelio se convirtió en una exigencia colectiva: que su muerte no sea otra cifra más en un país acostumbrado a la impunidad.
Papayita murió por un líquido corrosivo, pero lo que lo mató realmente fue la indiferencia. La indiferencia de quienes lo acosaron, de quienes se rieron, de quienes tardaron en auxiliarlo, de quienes ahora quieren ocultar la verdad tras comunicados tibios. Su historia es la de miles de trabajadores explotados y humillados, cuya vida parece valer menos que una nómina.
Hoy, su nombre resuena como consigna: Carlos “Papayita” Gurrola. Que no quede en el olvido. Que no vuelva a repetirse. Que la justicia deje de ser promesa y se convierta en respuesta. Porque lo que pasó en Torreón no fue una broma… fue un crimen.