Si algo ha quedado claro en este
sexenio, es que eso de hacer proyectos e instituciones funcionales y
transparentes no es el fuerte del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Pocos fracasos más escandalosos y dañinos que la destrucción del Sistema de Salud en México. Sobre todo, porque el presidente nos había prometido, literalmente, “el mejor sistema de salud pública del mundo”, igual o incluso superior al de Dinamarca.
Hubo grandes esperanzas y, también, grandes desilusiones.
Esta crónica de un fracaso anunciado comienza con la desaparición del Seguro Popular, que, con las fallas que pudiera tener, en diciembre de 2018, cuando comenzó este sexenio, contaba con 53 millones y medio de personas afiliadas, lo cual representaba casi el 45% de la población total del país.
El presidente terminó con el Seguro Popular y la gente se quedó en el desamparo. Tan es así que, de acuerdo con datos obtenidos por el Colectivo Cero Desabasto, cuatro años después, en 2022, según cifras del INEGI, el 42% de la población se autorreportó como no beneficiaria de ninguna institución pública de salud, mientras que, en 2018, al arrancar el sexenio, sólo el 15% de la población se reportaba fuera del sistema público de salud. Esto equivale a un retroceso de casi el 30% en cobertura de salud pública.
Estamos tan mal que México es el país de la OCDE con el peor promedio de consultas médicas presenciales al año. Mientras que en Corea del Sur, el primer lugar de la lista, se visita 15.7 veces al médico, aquí esta cifra es de un bajísimo 1.5. Esto no es de extrañar. Cualquiera que haya visitado un hospital público sabe que una cita puede tardar meses.
Sin embargo, vale la pena concentrarse en uno de los desastres más grandes de la Cuarta Transformación en materia de salud… la Megafarmacia, que, como ya es su costumbre, fue anunciada por el presidente con bombo y platillo como “la farmacia más grande del mundo”.
Cabe resaltar que la Megafarmacia es, ya en sí misma, un parche. Se trata también del síntoma de un fracaso, pues no existiría la Megafarmacia si las diversas instituciones que integran el Sistema Nacional de Salud pública tuvieran los mecanismos adecuados para comprar y distribuir medicamentos. Sin embargo, nadie se quejaría si la Megafarmacia funcionara de manera adecuada.
El problema es que no funciona. Los datos son contundentes.
La Megafarmacia tiene menos del 1% de los medicamentos que puede almacenar. Del 29 de diciembre del 2023 al 29 de abril del 2024, pese a que recibió casi cien mil llamadas, la Megafarmacia había surtido solamente 341 folios, lo que equivale a 2.7 al día. Con todo respeto, pero cualquier farmacia del pueblo más pequeño que ustedes se imaginen surte más recetas que la “farmacia más grande del mundo”.
Esta ineficacia se vuelve más estremecedora si se considera que, en 2023, nuestro Sistema Nacional de Salud dejó un saldo de más de siete millones y medio de recetas sin surtir a personas que cuentan con seguridad social.
Al desabasto y la ineficacia, se suman los trámites burocráticos que deben enfrentar los pacientes. Además de presentar diversos papeles, los usuarios han reportado que es necesario hacer una llamada distinta por cada receta médica. Así, un enfermo que requiere cinco medicinas, al que su unidad médica le expidió cinco recetas, tendrá que llamar en cinco ocasiones para que puedan procesarse las solicitudes. Imagínense lo que es esto para una persona enferma. Como decía el escritor Carlos Fuentes: parece que estamos en Kafkahuamilpa.
Pero esto no es lo peor. Recientemente se dio a conocer que la Megafarmacia no cuenta con personal ni empleados propios, porque, según el Gobierno, “no es una institución ni una entidad con una estructura asignada”, pues es solamente un “almacén” y un “inmueble”.
Esto ha provocado que la Megafarmacia tenga subrogada la operación del servicio y el mantenimiento de la bodega, por 304 millones 513 mil pesos anuales. También ha subcontratado el call center. De diciembre de 2023 a mayo de este año, se han hecho tres contratos temporales por un total de más de siete millones de pesos para brindarle atención telefónica a los pacientes que requieran medicamentos.
En otras palabras: de acuerdo con el Gobierno, la Megafarmacia no es una farmacia, pues no tiene personal que la atienda ni surte de medicinas a los pacientes que las necesitan. Tampoco es realmente mega, porque sufre de un severo desabasto. ¿Qué es, entonces? Es un almacén que no almacena. Es un inmueble prácticamente vacío.
Hay que dejarlo bien claro. Hasta el momento, la Megafarmacia es un elefante blanco, un proyecto fallido que nos cuesta cientos de millones de pesos a los mexicanos. Es un símbolo de la manera que tuvo la actual Administración de trabajar: sin claridad, sin planeación, sin transparencia y sin una estructura institucional que le permita operar. Es una más de las megaocurrencias y de los megafracasos del presidente López Obrador.
Y, mientras tanto, los enfermos siguen esperando sus medicinas.
Yo soy Adela Micha