Pocas veces habíamos visto al presidente Andrés Manuel López Obrador tan molesto y desorientado como ayer en Palacio Nacional. Estaba completamente fuera de sí. Fue muy lamentable, incluso para quienes lo apoyan. A menos de un mes de las elecciones, ahora que el sexenio está por terminarse, tal vez sienta que el poder —ése que tanto ambicionó y concentró— se le está yendo de las manos.
No hay nada más peligroso que un gigante que agoniza. Nos guste o no, el presidente es un gigante de la política. Y, le guste o no, está a punto de convertirse en pasado… Y le está costando mucho trabajo serenarse…
En primer lugar, intentó justificar lo injustificable: la divulgación ilegal de datos personales de María Amparo Casar y su familia. Como si el espectáculo del viernes pasado no hubiera sido suficientemente vergonzoso, se dedicó más de una hora a atacarla, lucrando políticamente con su tragedia y reconociendo que ella es su adversaria… Por el tono de sus embestidas, quedó claro que no es la justicia, sino la venganza y el enojo los que motivaron esta persecución…
Después, hizo una de esas declaraciones que pasarán a la historia como símbolo de uno de los fracasos más dolorosos del sexenio. El presidente dijo, literalmente: “no hay más violencia, hay más homicidios”. No sé si por un momento haya olvidado que no hay crimen más atroz que aquel que atenta contra la vida de las personas. O, tal vez, una declaración así sea natural para quienes prometió abrazar a los criminales…
Pero lo más sorprendente de la mañanera fue la saña con la que atacó a dos grupos de periodistas, académicos, intelectuales, estudiosos y analistas… Por un lado, a quienes firmaron un comunicado repudiando el hostigamiento ilegal contra María Amparo Casar… Y por el otro, a los integrantes de la Comisión Independiente de Investigación sobre la Pandemia de Covid-19…
El informe de la Comisión Independiente es demoledor para el Gobierno. No se recomendó el uso de cubrebocas; hubo un subregistro en el semáforo epidemiológico; se usaron estampitas y detentes para enfrentar la pandemia; se dijo que el presidente era una fuerza moral y no de contagio; y se destrozó el Seguro Popular por un INSABI que jamás funcionó… Esto provocó casi 300 mil muertes durante la pandemia que habrían podido evitarse con un mejor manejo de la crisis por parte de la Presidencia. ¡300 mil vidas que podían salvarse!
Es una cifra estremecedora. Cien mil muertos más de los 200 mil homicidios dolosos que se esperan al terminar el sexenio. Tal vez no se haya dimensionado lo que esto representa… Significa que el presidente y sus asesores de salud, entre los que destaca Hugo López-Gatell, un delincuente a quien se le ha defendido y premiado, causaron muchísimas más muertes con sus negligencias que los narcotraficantes con sus crímenes…
Pero en lugar de asumir su responsabilidad, el presidente López Obrador ha optado por descalificar a los autores, entre quienes hay académicos que han sido muy críticos del Gobierno. Según López Obrador, el informe tiene el objetivo de dañar a su Administración, y ha llegado a calificar a los autores como “pseudointelectuales”. Esto es parte de lo que dijo ayer…
Con todo respeto, presidente, al que le debería dar vergüenza es a usted. En lugar de responderle a los que hicieron el estudio, habría que responder a los familiares de las 300 mil personas que murieron por sus ocurrencias. Y a los familiares de las casi 9 mil personas del personal de salud que fallecieron durante la contingencia… Por si fuera poco, está encubriendo y solapando a un criminal como Gatell, que, según los expertos, es responsable de más muertes que todos los cárteles del país.
Ya encarrerado, el presidente también despotricó contra las revistas Nexos y Letras Libres, contra la UNAM, contra el INAI, contra el ya extinto Conacyt y contra el INE… Es decir, contra las principales instituciones públicas y privadas, y contra los ciudadanos que defienden la democracia y el conocimiento. Cualquiera diría que el presidente tiene una guerra contra la inteligencia…
Este es el modus operandi de López Obrador: descalificar, insultar y desacreditar a cualquiera que se atreva a cuestionarlo. Pero lo que el presidente parece olvidar es que, en una democracia, la crítica y el escrutinio son esenciales para mantener la transparencia y la rendición de cuentas.
Y en el caso de la pandemia, el costo de ignorar o desacreditar a los expertos fue inmensamente alto. El presidente actúa como si sólo importaran sus otros datos, y no los hechos. Pero cuando la verdad se sacrifica en el altar de la política, el costo es impagable.
En lo personal, yo no creo que los insultos del presidente sean producto de la ignorancia. Más bien, si al presidente se le nota completamente descolocado, es porque la furia que proyecta contra sus opositores se trata en realidad del enojo contra sus propios fracasos.
Entre más insultos e injurias lanza contra sus críticos, más se evidencia el tamaño de sus inseguridades y de su resentimiento. Porque ahora que ya no va a tener todo el aparato del Estado para intentar imponer su narrativa, la verdad va a salir a flote. Y porque la pequeñez con que difamó a sus opositores no va a ser capaz de tapar las grandes catástrofes de su Administración.
Yo soy Adela Micha.