La pequeña barbarie
Por Víctor-Isolino Doval
El estremecimiento provocado por una masacre es proporcional al tamaño de la barbarie que lo causa. Cadáveres colgados en un puente en Zacatecas, cuerpos arrojados en una plaza en Veracruz, cientos de miles de osamentas yaciendo en el subsuelo de México: todo ese terror proviene de la magna barbarie.
El otro día, en Puebla, una turba enfurecida asesinó a Daniel Picazo. Es el decimoprimer linchamiento en 2022 en ese estado. En Chilpancingo la han agarrado contra los polleros. Los tres mercados cerraron a cal y canto para tratar de impedir que alguien los mate. De tan habituales, los asaltos a microbuses y combis en el Estado de México ya son pintorescos. El «ya se la saben» se ha incorporado al anecdotario nacional. Hartos de la ineptitud policiaca, los pasajeros se la saben tanto que han recurrido a la autodefensa.
Pero la barbarie que nos horroriza en México no es la expresada arriba en el terrorífico elenco que enlisté. Acá lloramos indignados y clamamos justicia por las balaceras en escuelas texanas o en el frente ucraniano. Hemos construido un blindaje para evadirnos de la barbarie en la que estamos inmersos.
A pesar de que nuestro país es un cementerio donde los cadáveres no dejan de sangrar, somos incapaces de percibir el terror. Claro: necesitamos sobrevivir. Quizá, si nos detuviéramos un segundo a considerar la monstruosidad que nos rodea, caeríamos al suelo, colapsados. Tal vez también como un mecanismo de defensa, preferimos indignarnos por las corridas de toros. Es que es una crueldad. Claro. ¿Y qué hay de la atrocidad cuyos efectos aumentan a causa de la impunidad? De tanto estar en contacto con el horror, se nos ha vuelto invisible.
En México vivimos al margen de la barbarie aunque estamos sumidos en ella. Nos pasa lo que describe el escritor italiano Alessandro Baricco: «los bárbaros llegan de todas partes. […] Vemos los saqueos, pero no conseguimos ver la invasión. Ni, en consecuencia, comprenderla».
Pienso que hay una pequeña barbarie que precede a esa que nos aterra y, posiblemente, sea su causa. Una barbarie doméstica, cotidiana, que va disponiendo el terreno para aquella otra indecible y que nos predispone para no verla.
Bárbaro es quien recurre a la violencia como medio para obtener algo. Y violencia es un modo de hacer carente de racionalidad, parcial o totalmente, para obtener algo. Poco a poco, la humanidad ha ido separándose de la violencia –en algunos casos la ha racionalizado– y ha encontrado modos más racionales de convivencia.
Es tan pequeña la pequeña barbarie que parece inofensiva. Por ejemplo, cuando el automovilista no detiene su coche en un paso peatonal, actúa violentamente porque se aleja de un criterio racional para hacer algo. Ni si quiera conoce la pauta normativa que regula el uso del coche en la ciudad. Lo mismo pasa con el ciclista que cree que puede invadir el paso peatonal o pasarse un alto o usar la escasa banqueta para circular ahí. No digamos la horda de motociclistas que va en aumento.
Esos gestos aparentemente sin repercusión alguna, nacen de un sentimiento de superioridad sobre el otro. En esta gran nación, que es México, ese sentimiento suele manifestarse mediante una revelación de quien ejerce la supremacía sobre el oprimido: yo soy tu padre y sus variantes (ya llegó papá etcétera).
La imperceptibilidad de la pequeña barbarie –limpiar el patio a manguera batiente, por ejemplo– va dejando un poso de vandalismo que sirve de nutriente a la barbarie a gran escala. Paulatinamente, nos vamos alejando de la civilización hasta el punto de que nos hemos acostumbrado al horror y nos hemos vuelto sus protagonistas. Nadie se convierte en asesino a sueldo de repente y sin más.
Los bárbaros, recuerda Baricco, no tienen alma. Aquí, Baricco entiende alma como sede de la razón. Bárbaro es quien no puede dialogar para resolver sus diferencias con otro; pero también es bárbaro alguien incapaz de compadecerse ante el dolor. Quien no reconoce algo bello cuando lo tiene delante, es bárbaro, como es bárbaro quien arrasa con lo que se atraviese a su paso. El lema del bárbaro es voy derecho no me quito si me pegan me desquito.
Nuestra sociedad lleva muchos años instalada en la gran barbarie, esa que tanto dolor provoca a tantos. Desaparecidos, asesinados, mutilados, linchados, violados, golpeados, secuestrados, maltratados, avasallados por quien carece de alma, los mexicanos no conocemos el límite para tolerar la barbarie.
Tal vez, para aliviar tanto dolor, tendríamos que renunciar a protagonizar la pequeña barbarie de cada día.