El 7 de enero de 2020, el Ungido anunció desde el salón de la tesorería de su palacio la renovación de la política exterior mexicana. Antes de que el Covid hiciese de las suyas, recordó aquello de que México es el hermano mayor de Latinoamérica. Hace unas semanas, lo repitió en su gira por Belice, Guatemala, Honduras y Cuba. Por supuesto, el hermano mayor ha vuelto; pero no en el sentido en el que se decía en los tiempos del PRI echeverrista.
Como ocurría en aquella época, ahora el Único Tribuno de la Nación también decidirá qué sí y qué no es verdad en el escabroso terreno educativo. La difícil misión ha sido confiada a un hombre leal y entregado a los ideales del lopezobradorismo.
En este primer momento de la cuarta transformación, ¿se puede confiar en que padres de familia, profesores y demás educadores abracen los postulados entregados por Nuestro Amo y Señor a la nación? ¿Tenemos certeza de que un profesor clasemediero cualquiera, no vaya a esparcir ante sus alumnos la perversión neoliberal aspiracionista? ¿Cómo asegurarnos de que esa maestra que se ve tan inofensiva sí está dando a sus estudiantes la verdadera ciencia mexicana, y no esos escandalosos dogmas imperialistas-patriarcales venidos de Europa (ojo: Madrid, donde estudió el doctor Arriaga, está en África del norte)?
Como recordó por enésima vez el Uno en una de sus alocuciones matutinas, el pensamiento conservador tecnocrático echó profundas raíces en nuestra tierra y pueblo. Por eso es indispensable que el Estado mexicano tenga el control absoluto de lo que nuestros niños van a aprender en las escuelas.
La idea de que el Estado diseñe, proyecte, controle, regule y decida los límites y alcances del conocimiento ha mostrado su altísima eficacia en casos anteriores a los de la cuarta transformación. La revolución cultural orquestada por el régimen de Mao Tse-tung mostró las enormes virtudes de impedir que la verdad quede a la deriva en el agitado mar del diálogo, el disenso y la discrepancia.
Estamos sentando las bases de una nueva era y es muy arriesgado abrirse a otras maneras de ver la complejidad del mundo. No es momento para titubeos, sino de imponer la verdad. Lo dijo el propio doctor Arriaga: en las turbulentas aguas de la pluralidad, no hay que dejar que los educandos se enfrenten solos a esa falsa promesa neoliberal porque la movilización social ascendente es sumamente peligrosa.
La escuela no sólo debe ser un espacio de transformación social, sino una meca del verdadero saber, sin pruebas estandarizadas, sin abusos ni atropellos colonialistas machistas. Por eso, el libro de texto gratuito es una herramienta de la transformación, hasta que el alumnado descubra que el capitalismo es una basura.
Vigilar y castigar son tareas ineludibles. Ambas fueron encargadas al doctor Arriaga en el ámbito de la educación. Él será celoso escudero del saber y preservará a las mentes infantiles de los embates del maligno.
Imagine, lector querido, que en la biblioteca escolar hubiera un ensayo aparentemente inofensivo para la mirada estudiantil; no sé, uno de George Orwell, digamos Literatura y totalitarismo, de 1941. Imagine –¡ay, sólo de pensarlo me da vértigo!– que esos pequeños leyeran lo siguiente: «El totalitarismo ha abolido la libertad de pensamiento hasta unos límites inauditos en cualquier época anterior. Y es importante que comprendamos que este control del pensamiento no es sólo de signo negativo, sino también positivo: no sólo nos prohíbe expresar –e incluso tener– ciertos pensamientos; también nos dicta lo que debemos pensar, crea una ideología para nosotros, trata de gobernar nuestra vida emocional al tiempo que establece un código de conducta. Y, en la medida de lo posible, nos aísla del mundo exterior, nos encierra en un universo artificial. El Estado totalitario trata, en todo caso, de controlar los pensamientos y emociones de sus súbditos al menos de modo tan absoluto como controla sus acciones». ¡Válgame!
Pero, por el bien de la Patria, el Hermano mayor está de regreso y no nos quita la vista de encima para poder cuidarnos del maligno, para que no leamos algo que nos haga cuestionar o, peor, ver un mundo distinto a nuestro México bendito. Podemos estar tranquilos.
@ProfesorDoval