Tres días después del asesinato del alcalde Carlos Manzo, la ciudad de Uruapan volvió a llenarse de caballos, motores y consignas.
El martes 4 de noviembre, cuando el sol caía sobre la sierra y el aire olía todavía a cempasúchil, decenas de ciudadanos se reunieron frente a la gasolinera de Zumpimito. Ahí, donde tantas veces lo vieron pasar saludando desde su caballo, empezó la cabalgata de honor. No era un desfile oficial, sino un reclamo envuelto en duelo. Una procesión de cuerpos y memoria avanzando con la certeza de que el crimen que les arrebató a su alcalde no puede quedar impune.
Eran poco más de las 4:40 de la tarde cuando los primeros jinetes se alinearon en silencio.
Delante, el caballo “Copetudo” —el mismo que Manzo montó en su primer informe de gobierno y en los festivales del pueblo— encabezó la marcha, guiado esta vez por un amigo cercano. Detrás, una hilera interminable de motocicletas, camionetas y peatones portaba cartulinas con frases sencillas: “Justicia para Carlos Manzo”, “Uruapan exige paz”. Muchos vestían sombrero, algunos con la banda negra del luto que desde el domingo recorre toda la ciudad.
La caravana avanzó por el Paseo de la Revolución, dobló sobre Paseo Lázaro Cárdenas y siguió hacia el centro. En cada esquina se unían más personas. Familias con niños, comerciantes que cerraron temprano sus locales, jóvenes que se habían manifestado el lunes y el domingo anteriores. Era el tercer día consecutivo de movilizaciones. Esta vez, el ruido de los cascos sobre el pavimento y el bramido de los motores se mezclaban con gritos: “¡No lo olvidamos!”, “¡Carlos vive!”.
En el trayecto no hubo consignas partidistas ni pancartas con siglas; sólo el nombre de Manzo repetido una y otra vez, como una plegaria.
Al caer la tarde, la cabalgata llegó a la Plaza Morelos, el mismo sitio donde el alcalde fue ejecutado durante el Festival de la Vela, frente a cientos de personas y a pocos metros de la policía municipal.
Ahí se detuvieron. Los jinetes formaron un semicírculo. El caballo “Copetudo” fue colocado al frente y, durante unos minutos, el silencio cubrió todo el zócalo. No hubo discursos oficiales ni presencia de funcionarios. Sólo un aplauso largo, sostenido, que terminó rompiéndose en lágrimas.
La escena fue simbólica: el pueblo regresó al lugar donde comenzó la tragedia. Algunos encendieron veladoras; otros dejaron flores sobre el pavimento aún marcado por los impactos de bala. Uruapan parecía contener la respiración.
La cabalgata, convocada de manera espontánea por ciudadanos y simpatizantes del movimiento del sombrero, transcurrió en paz y bajo vigilancia discreta de la Guardia Civil Estatal.
No se reportaron incidentes. Al contrario: lo que se vio fue una ciudad que intenta aferrarse a su memoria colectiva, a la idea de que el miedo no puede imponerse sobre el recuerdo de quien —para muchos— se convirtió en un símbolo de resistencia.
Mientras la caravana avanzaba, en redes sociales se multiplicaban los videos del recorrido. En ellos se observan columnas de humo tenue, banderas blancas, cartulinas improvisadas. Algunos transmitían en vivo con la frase: “Por ti, presidente, por ti seguimos de pie”.
El mensaje de fondo era claro: el reclamo de justicia no es sólo para un hombre, sino para todos los que han caído en el intento de gobernar municipios donde la política y el crimen se cruzan.
La viuda de Manzo, Grecia Quiroz García, viajó ese mismo día a la Ciudad de México para reunirse con la presidenta Claudia Sheinbaum. La imagen de la cabalgata coincidió con la de ella entrando a Palacio Nacional escoltada por la Guardia Nacional. Dos escenas que, sin planearlo, terminaron narrando la misma historia: la de un país que sigue despidiendo a sus alcaldes a caballo, entre consignas y dolor.
La noche cerró con aplausos y con el sonido de los cascos alejándose por las calles del centro.
Uruapan, iluminado por las velas y por las luces rojas de las patrullas, volvió a mostrar que, pese a todo, la gente sigue saliendo, sigue marchando, sigue diciendo su nombre en voz alta.
Carlos Manzo ya no está, pero su ciudad no se rinde.