El refugio de quien fuera el jefe de seguridad de Ovidio Guzmán López, alias “El Ratón”, pasó a ser propiedad del Estado.
Valuada en poco más de 4 millones de pesos, era usada como centro de tortura y operaciones de Los Chapitos. Ahí, Néstor Isidro Pérez Salas, apodado “El Nini”, ordenaba violentos interrogatorios, secuestros, torturas y otros delitos.
Había hecho de esa casa su trinchera. Dormía poco, comía ahí mismo, observaba desde las cámaras cada movimiento en las calles cercanas. No necesitaba gritar; su autoridad se medía en gestos y en silencios. Los suyos sabían que, cuando cruzaba ese portón, nadie debía interrumpirlo.
Ubicada en la colonia Colinas de la Rivera, parecía una casa cualquiera: pintura beige, una fachada sin nombre, un portón tipo piedra que nunca estaba del todo abierto y silencios ahogados. Nadie sospechaba que ahí dentro, según trascendió, hubo hombres encadenados, noches de castigo y madrugadas de órdenes ejecutadas al filo de la sangre. La casa era una máquina de control.
Testigos señalaron que, durante meses, el movimiento fue constante. Algunos vecinos refieren haber escuchado el ruido de motores que se repetía siempre después del anochecer, el mismo zumbido de camionetas que se estacionaban sin luces y un portazo metálico que sonaba dos veces a manera de aviso. Después venía el silencio.
A veces se oían gritos breves, golpes secos, y luego nada. Todo mientras afuera la vida continuaba.
El inmueble no figuraba a su nombre. Se presume que fue comprado con dinero en efectivo a través de un intermediario que desapareció meses después. Ninguna escritura. Ningún registro. Una casa más dentro de la red que el cártel usaba para moverse, esconderse y sobrevivir sin ser visto.
Una propiedad simple, útil, invisible. Desde ahí, según fuentes de investigación, se vigilaban rutas, se escondían vehículos y se recibían órdenes directas.
Trasciende también el hallazgo de mapas marcados con líneas rojas que conectaban barrios, bodegas y nombres. Cada trazo era una orden y cada color una amenaza.
En noviembre de 2023, cuando los agentes irrumpieron tras la captura de “El Nini”, trascendió que encontraron una escena detenida: café seco en las tazas, cigarros a medio consumir, una pantalla encendida mostrando la calle vacía. En el refrigerador, botellas de agua, restos de comida, medicinas. En el patio, cenizas recientes.
Así se mantuvo la casa hasta que el 26 de octubre, un juez federal firmó la resolución para que la propiedad pasara a manos del Estado Mexicano.
En el expediente solo aparece una frase: “Bien inmueble utilizado para la comisión de delitos de secuestro y tortura.”
Sin embargo, dicha referencia no dice nada del olor, del calor atrapado, de los días que se repiten en la cabeza de quienes entraron y, mucho menos, habla de las personas que nunca salieron.