
“El día de hoy no solo perdí a mi mejor amiga, perdí a mi futura esposa, a la futura madre de mis guaguas —como ella decía—. Perdí a mi compañera de vida. Nunca supe lo que fue amar con tanta intensidad hasta que te conocí. En un mes nos íbamos a comprometer y ahora viviré con el sufrimiento de saber que no te podré ver vestida de blanco como tanto lo hablamos. Te amaré siempre, mi ratoncita linda, en esta y todas las vidas que me queden. Descansa en paz, mi bebé”.
Con esas palabras, Bryan Ramos, de 23 años, despidió a su novia, Ana Daniela Barragán Ramírez, quien apenas superaba la mayoría de edad y perdió la vida tras la explosión de una pipa de gas en Iztapalapa, en la Ciudad de México.
Esa publicación en redes sociales fue la primera huella pública del dolor que hoy embarga a toda una comunidad universitaria y a varias familias.
El accidente desató escenas de pánico y caos, como salidas de una película de terror: más de 90 personas resultaron heridas y otras tantas desaparecieron en medio del humo, el fuego y la ola expansiva que, según expertos, alcanzó temperaturas superiores a los 250 grados.
Entre las personas que intentaron correr por su vida estaba Ana Daniela, quien esa mañana se dirigía al Campus 1 de la FES Cuautitlán, de la UNAM.
Su nombre no aparecía en ninguna lista preliminar de lesionados ni su rostro en las fotografías de los heridos que circulaban desde los hospitales. Fue entonces cuando su familia y Bryan iniciaron una incansable búsqueda.
Recorrieron clínicas, consultaron en carpas de Protección Civil, preguntaron en listas improvisadas, pero la respuesta era siempre la misma: “No está aquí”.
Las versiones contradictorias de algunas autoridades —que primero aseguraron haberla visto caminando entre calles y pasillos hospitalarios y después rectificaron diciendo que se trataba de un error— fueron un golpe brutal a la esperanza.
La primera pista de su paradero llegó con el paso de las horas. Entre los escombros y objetos calcinados recuperados en el lugar de la explosión, un elemento de Protección Civil, identificado como Francisco Bucio, encontró una mochila chamuscada. Dentro había cuadernos, credenciales y un teléfono celular a medio quemar.
El aparato seguía recibiendo llamadas. Una de ellas era de la madre de Daniela. Del otro lado de la línea, la voz angustiada de una mujer preguntaba por su hija.
Estas imágenes se viralizaron en minutos, convirtiéndose en símbolo de la tragedia: un teléfono medio destruido que todavía lograba conectar a una madre con la peor noticia de su vida.
Ana Daniela fue ingresada como persona no identificada al Hospital General de Iztapalapa y más tarde trasladada al Hospital Rubén Leñero. Al principio incluso fue registrada con una edad distinta: 25 años.
La incertidumbre se extendió por más de 24 horas y no fue sino hasta la mañana del 11 de septiembre cuando una prueba de ADN confirmó su identidad. Ahí, frente a médicos y autoridades, su madre recibió la noticia que había temido desde el primer momento: su hija estaba entre las víctimas mortales.
La UNAM fue la primera institución en confirmar oficialmente su fallecimiento al publicar una esquela con la leyenda:
“La Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán de la Universidad Nacional Autónoma de México lamenta el sensible fallecimiento de nuestra alumna Ana Daniela Barragán Ramírez, acaecido el 10 de septiembre de 2025. Nos unimos al dolor de su familia y seres queridos, y honramos con respeto y cariño su memoria. Descanse en paz”.
Compañeros de la FES compartieron fotografías, mensajes y recuerdos de Daniela, describiéndola como una joven alegre, deportista, carismática y siempre sonriente, por lo que decidieron realizarle un homenaje.
Por su parte, el novio, Bryan Ramos, acompañó la noticia con un carrusel de fotos en Instagram junto a otro mensaje:
“El verte sonreír en todos nuestros recuerdos me hace pensar en que nunca dudaste de mi amor, y eso me da muchísima paz. Porque te fuiste sabiendo que eras la niña más amada, y que te amé como nunca amé ni amaré a nadie”.
Ana Daniela representaba a una generación de estudiantes que cada día recorren largas distancias para cumplir sus sueños académicos. Su historia resuena porque en ella se entrelazan dos símbolos: la vida universitaria y la vulnerabilidad cotidiana frente a tragedias urbanas.
Su nombre se suma a la lista de quienes perdieron la vida en un hecho que hoy forma parte de las tragedias más graves registradas en la Ciudad de México. Sin embargo, su caso tiene un eco especial por el componente humano: la búsqueda desesperada de un ser amado.
Hoy, Ana Daniela descansa en paz. Pero su memoria seguirá presente en cada testimonio, en cada recuerdo universitario y en la voz de una familia que no desistirá hasta encontrar justicia.