El asesinato de Carlos Alberto Manzo Rodríguez, alcalde de Uruapan, ha sacudido a Michoacán no solo por la brutalidad del crimen, ocurrido a plena vista del público durante el Festival de las Velas, sino también por la figura política que representaba: un edil con ambiciones de transformar la entidad y convertirse en gobernador.
La periodista Dalia Martínez, en entrevista para Aristegui en Vivo, reveló que Manzo no ocultaba sus aspiraciones políticas. “Él decía abiertamente que quería ser gobernador de Michoacán, y lo decía convencido. Tenía una gran conexión con la gente y hablaba sin rodeos sobre la inseguridad que lo rodeaba”, señaló.
Manzo, de 48 años, denunció en repetidas ocasiones el abandono institucional que enfrentaba su municipio ante el avance del crimen organizado. Según Martínez, el alcalde insistía públicamente en pedir ayuda tanto a la presidenta Claudia Sheinbaum como al secretario de Seguridad, Omar García Harfuch.
“El alcalde decía que lo habían dejado a su suerte. Pedía seguridad, advertía de los riesgos que corría. Era un hombre que no se callaba”, subrayó la periodista.
En agosto pasado, la policía municipal detuvo a René Belmonte, alias El Rhino, presunto jefe de plaza del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en Uruapan. Tras ese operativo, Manzo emitió un “código rojo” para alertar a la población y exigió refuerzos federales.
“Llegaron unos 300 elementos de la Guardia Civil y la Guardia Nacional, pero se los retiraron dos semanas después. Él lo denunció públicamente, y fue en ese contexto cuando ocurrió su asesinato”, relató Martínez.
Durante su gestión, Carlos Manzo se ganó notoriedad por su cercanía con la población y su constante presencia en redes sociales, donde acumuló cientos de miles de seguidores en todo el país.
“Tenía una base sólida de simpatizantes. Había personas que le escribían desde Chihuahua hasta Mérida, diciéndole que representaba a un político diferente, alguien que podría incluso llegar a ser presidente”, recordó Martínez.
Tras su asesinato, la indignación ciudadana se volcó a las calles. En Uruapan y Morelia se registraron marchas y homenajes en su memoria. En la plaza donde fue asesinado se realizó un acto póstumo encabezado por su familia, colaboradores y habitantes del municipio.
Sin embargo, las manifestaciones pacíficas también derivaron en enfrentamientos con la policía cuando un grupo de encapuchados se infiltró entre los asistentes.
El caso de Carlos Manzo ha reavivado el debate sobre la violencia política en México y la falta de protección para las autoridades locales. Su muerte deja un vacío en Uruapan y una pregunta abierta en Michoacán: ¿qué futuro puede tener un estado donde incluso sus líderes, aquellos que se atreven a denunciar, terminan silenciados?