
Jorge Álvarez Máynez no rompió la ley este fin de semana, pero sí rompió algo más grave: el mínimo código ético de la representación política en tiempos de crisis institucional.
Mientras el país amanecía con el saldo de una elección judicial cuestionada, con cifras históricas de abstencionismo, con denuncias de manipulación, militarización, opacidad y boletas diseñadas para confundir, Máynez reapareció públicamente... en estado inconveniente, en un concierto, riéndose y tambaleándose.
La imagen importa. Y más en política. Máynez no es un civil más. Fue candidato presidencial hace unas semanas, dirige a una bancada en el Congreso y es una de las figuras visibles de Movimiento Ciudadano, partido que optó por romper con la oposición y postularlo en lugar de sumarse a una candidatura unificada. Su capital político es reciente, mediático y frágil.
Hasta Maynez sabe que hoy fue el último día de ser República
— Mayra 🇲🇽 (@PortillogMayra) June 1, 2025
fue grato vivir estos 30 años de desarrollo y esfuerzo
no me quedan otros 30 para volver a verla
Saludpic.twitter.com/X3BoaxvyBF
Y lo que sucedió este fin de semana compromete ese capital.
Este episodio no es menor, no por la borrachera en sí —cada quien puede salir y celebrar—, sino por el momento político que atravesamos. El día previo se celebró una elección judicial inédita, impuesta, rechazada por múltiples actores sociales e internacionales, sin PREP, sin conteo rápido, sin transparencia, con reportes de voto corporativo, urnas embarazadas, y el uso de recursos públicos para repartir instrucciones de voto.
Era una jornada para estar presente, denunciar, proponer, marcar distancia.
En lugar de eso, Máynez decidió desaparecer políticamente. Peor aún: reapareció como si todo estuviera bien. Como si el sistema no hubiera sido vulnerado. Como si su papel —y el de su partido— no estuviera en entredicho desde que MC votó junto a Morena para aprobar la Reforma Judicial. Como si nada.
Ahí está el verdadero problema: la banalización de la política. El uso de la juventud, el humor y la estética digital como escudo para evadir el fondo. Para evitar asumir responsabilidades. Para no posicionarse cuando más se necesita. Lo que quedó claro este fin de semana es que Máynez entendió la campaña como performance, no como compromiso.
En un momento en que la democracia mexicana vive su mayor retroceso en décadas, no se puede ser neutral. Y tampoco se puede ser indiferente. No es tiempo de cantar con Carín León mientras se consolida el control del poder absoluto. No es tiempo de memes, sino de valentía.
Movimiento Ciudadano ha pagado caro sus ambigüedades. Sus alianzas tácticas con Morena, su falta de claridad ante la captura del Estado, y su apuesta por un electorado joven que hoy se siente más decepcionado que representado. Si Máynez aspiraba a heredar el liderazgo de Dante Delgado o a construir un perfil nacional sólido, lo de este fin de semana fue un tiro en el pie.
Pero, más allá de él, lo que queda claro es que la “nueva política” tiene que demostrar que es algo más que marketing. Porque la gente —sobre todo los jóvenes— sí están listos para cambiar el país… pero necesitan a alguien que esté sobrio no sólo del cuerpo, sino del ego.
México no necesita salvadores con buena playlist. Necesita políticos con brújula, con voz, con claridad moral. Este no era el momento de brindar. Este era el momento de hablar.
Y Máynez decidió callar.