
Este domingo, México se lanzó a una jornada histórica: la elección directa de jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial. Una reforma vendida como un paso hacia la democratización de la justicia, pero que ha dejado un regusto amargo, lleno de dudas, desinformación y sospechas. La pregunta está en el aire: ¿estamos ante una verdadera transformación o simplemente ante otro capítulo del control político?
La gran ausente: la información
La jornada comenzó con una realidad innegable: la mayoría de los ciudadanos llegó a las urnas sin saber por quién votar. Las boletas incluían listas interminables de nombres, sin fotografías ni trayectorias claras. En un proceso donde la información era la clave, reinó el vacío. Muchos votaron al azar. Otros, de plano, no votaron.
Participación tibia y apatía generalizada
Las cifras preliminares muestran una participación baja, muy por debajo de elecciones federales o locales tradicionales. No hubo filas, ni efervescencia cívica. La gente no se movilizó. Y no porque no le importe la justicia, sino porque el proceso fue poco claro, mal comunicado y desincentivador.
Candidatos desconocidos y peligrosos
El filtro de selección fue prácticamente inexistente. En las listas hubo de todo: desde juristas serios hasta exdefensores de criminales, aspirantes con antecedentes muy cuestionables, e incluso perfiles ligados a partidos y al narco. El argumento de "el pueblo elige" pierde fuerza cuando el pueblo no sabe qué elige.
El fantasma del control político
Quienes defienden la reforma aseguran que el pueblo tomará en sus manos el Poder Judicial. Pero detrás de esta narrativa populista hay una amenaza latente: que la presidenta Sheinbaum logre, vía urnas, lo que no pudo lograr por la vía institucional: subordinar al Poder Judicial.
La independencia judicial está en juego, y con ella, el equilibrio de poderes.
¿Y ahora qué?
México amaneció con un nuevo precedente. No está claro si se fortalecerá la justicia o si se abrirá una caja de Pandora. ¿Qué vendrá después? ¿Una SCJN electa por mayorías? ¿Fiscales por voto popular? ¿Un sistema judicial al gusto del partido en el poder?
Si el pueblo no tiene las herramientas para elegir con criterio, el voto deja de ser un acto democrático y se convierte en una simulación.
Una reforma que exige más
No se puede democratizar la justicia sin educación cívica, sin transparencia, sin garantías. Y sobre todo, sin voluntad real de construir un poder judicial autónomo.
Hoy más que nunca, hay que preguntarse si estamos democratizando la justicia o banalizando la democracia.