
La elección en la capital de Durango no fue solo una derrota municipal. Fue el reflejo de algo más profundo: el agotamiento de la narrativa del lopezobradorismo y el fracaso de sus nuevas caras para mantener vivo el músculo electoral de Morena. Con apenas un 13% de participación, la elección se convirtió en una radiografía brutal de desinterés, castigo ciudadano y ruptura interna.
Andy Beltrán: operador sin legitimidad
Desde hace tiempo, Andrés Manuel López Beltrán, el hijo del expresidente, ha intentado construir su propio imperio político. Lo ha hecho sin cargo oficial, sin responsabilidad pública, pero con enorme poder detrás del telón. En Durango, ese poder fue puesto a prueba… y fracasó estrepitosamente.
La candidatura impulsada por Andy fue rechazada incluso por las bases morenistas. No logró cohesionar al movimiento, ni motivar a sus votantes. Más grave aún: la derrota fue en la ciudad que gobierna Morena y que pretendía conservar como bastión de cara a 2027.
El silencio del partido, la falta de autocrítica y la negativa a hacer ajustes confirman lo que muchos temían: Andy tiene poder, pero no territorio. Manda, pero no gana.
Claudia Sheinbaum celebró hace una semana el control del Poder Judicial. Hoy enfrenta un primer revés en las urnas, pequeño en escala pero enorme en significado. Porque ni su popularidad personal, ni su narrativa de continuidad, ni su supuesta superioridad moral fueron suficientes para movilizar votantes en una ciudad gobernada por su partido.
Lo de Durango es un síntoma: la gente ya no se siente representada. El abstencionismo fue brutal. Las urnas vacías hablan más fuerte que cualquier declaración. Y si Morena, con todo su aparato, no puede conservar una ciudad media, ¿qué le espera en las elecciones intermedias o en los estados clave en 2027?
El vacío de poder empieza a notarse
Con el presidencialismo transexenal debilitado, y una presidenta que aún no logra imponer su voz frente al legado de AMLO, cada derrota local se vuelve un terremoto político. Porque no se trata solo de perder una alcaldía. Se trata de que se perdió con todo el poder, todo el dinero y toda la estructura del Estado de su lado.
La 4T ha confundido popularidad con legitimidad, encuestas con apoyo real y propaganda con política. Lo de Durango demuestra que los votos no se fabrican y que la calle no se controla con giras o espectáculos. La gente no salió a votar. No por apatía, sino por hartazgo.
¿Y ahora qué?
Lo ocurrido en Durango debería obligar a Morena a una reflexión urgente. Pero lo más probable es que prefieran el negacionismo, el autoengaño y la imposición de culpables externos.
Mientras tanto, la oposición celebra sin saber qué hacer con el triunfo. Y los ciudadanos siguen esperando una opción real, no un relevo de cúpulas.
Pero una cosa ya quedó clara: el proyecto político de la 4T empieza a erosionarse desde adentro. Y no hay reforma judicial, ni decretazo, ni mañanera que lo tape.