En la Sierra Tarahumara repicaron las campanas de la parroquia de Cerocahui… Ese sonido marca el recuerdo que nadie en la montaña debe olvidar… Hace un año, en el atrio de aquella iglesia fueron asesinados a tiros los padres Javier Campos y Joaquín Mora… Quienes habitan la sierra no lo olvidan, aunque ellos siempre han sido los olvidados… Huérfanos del Estado, abandonados por todos los gobiernos… Les deben justicia, les deben seguridad, les deben una vida digna… El adeudo es histórico y nadie quiere asumirlo, por más que hoy digan que primero son los pobres… Allá en la sierra no hay campañas, ni corcholatas, ni aspirantes… Allá no es 2024, sino junio de 2023, el mes en que se cumple un año de que José Noriel Portillo Gil alias “El Chueco”, operador del Cártel de Sinaloa, entró a la iglesia de Cerocahui para matar al Padre Gallo y al Padre Morita… Ambos religiosos conocían al Chueco, incluso uno de ellos le dio la primera comunión… Años después, ese niño se convirtió en su asesino… El caso consternó a todo el país, llegó a oídos del Papa Francisco, quien exigió justicia para sus hermanos jesuitas… El clero advirtió que la descomposición social había llegado a un punto tan cruel, que ya ni el hábito religioso hacía que los delincuentes se tentaran el corazón a la hora de jalar el gatillo… Me gustaría decirles que eso fue un punto de quiebre, que eso llevó seguridad a la montaña, que eso lo transformó todo… O que “El Chueco” fue detenido… Pero no…