Andrés Manuel López Obrador acumula más de mil mañaneras desde que está en el poder. Sin duda, se trata del recurso propagandístico de más impacto que se ha visto en el México moderno, pero como espacio de diálogo y apertura democrática, son un rotundo fiasco. Y el día que AMLO deje el poder, la relación entre la figura presidencial y la prensa no volverá a su fase previa, no volverá a ser como antes de las mañaneras. Como sociedad, nos tocará hacer un examen a profundidad de cuánto nos costó haber dejado que el Presidente tuviera una plataforma, como las mañaneras, para públicamente renunciar a la realidad.

Desde el día uno, las mañaneras se configuraron como un ejercicio de auto celebración. El Presidente se convirtió en la primera línea de defensa de su propio gobierno. Y ante los cada vez más escasos cuestionamientos de verdaderos periodistas, el Presidente ha seguido una misma estrategia, la confrontación y el ataque son sus arietes predilectos. No importa si la evidencia, las pruebas, la irrefutable realidad se le presentan, él tiene otros datos, y si no los tiene, saca la guadaña de la historia para descabezar cualquier asomo de cuestionamiento: “Antes callaban como momias”, “pasquines inmundos”, “prensa vendida”, aparece entonces no un jefe de Estado, sino un gigante con pies de barro que cuando se siente acorralado usa el insulto y la descalificación. AMLO, EL GIGANTE CON PIES DE BARRO | EDITORIAL DE ADELA MICHA.